Pan, pan, pan, pan… suena a película del oeste, y como en ellas, aquí también hay buenos y malos. Los datos dicen que de momento, ganan los menos buenos. Porque aunque en los últimos diez años hemos dejado de comer, mojar, freír, ocho kilos de pan al año por persona, la producción de pan congelado se ha disparado casi un 40% en los últimos cinco.

La teoría principal, por nuestro modo de vida. "El hecho de que se esté menos en el hogar hace que se compren menos productos frescos y más de larga conservación", explica Jorge Sanz, panadero.

El pan tradicional es agua, harina, masa madre y levadura. En el industrial se le suman grasas, conservantes y azúcares que lo convierten en 'el pan del que usted me habla'. "Donde vivo hay panaderos que venden el pan del que tú me estás hablando", explica una señora.

El presunto pan, según los nutricionistas. "No es mejor ni peor sino alimentos diferentes. El formato hace que la gente crea que consume pan tradicional cuando no lo es", explica Miguel Mariscal, profesor del Departamento de Nutrición de la Facultad de Farmacia de Granada.

Es decir, parece pan pero no cruje como el tradicional: Ni huele, ni sabe, ni está recién hecho. Su éxito es otro, el precio. Además, en el horno hay un pan para cada momento, así lo muestra una señora que compra varios tipos: "Tengo uno, que lo utilizo para el salmorejo, otro, que es ecológico, lo utilizo para las tostadas, que además para el estreñimiento va de escándalo".