20 de noviembre de 1975. Muere el hombre que ha tenido sometida España durante cuatro décadas. Dos días después de la muerte de Franco, el nuevo jefe de Estado jura el cargo. España se adentra en un terreno pantanoso: la transición hacia una democracia a la que se resisten poderosos sectores de la sociedad.

Un año después, el rey nombra a Adolfo Suárez presidente del Gobierno. En 1977, España celebra sus primeras elecciones generales después de 41 años de abstinencia. Suárez gana esas elecciones y al año siguiente se aprueba la Constitución.

El sistema político surgido de la transición deja atrás las tinieblas del franquismo. Entramos en la Unión Europea primero y en el G20 después. Las infraestructuras nos colocan a la cabeza del mundo.

Pero años después, la crisis ha puesto de manifiesto problemas en el sistema. En los últimos años, las calles se han llenado de ciudadanos que exigen una evolución de nuestra democracia. Y su principal crítica se escribe con siglas: PP y PSOE

La ley electoral, concebida para lograr gobiernos estables en un momento convulso como era la transición, ha generado un sistema claramente bipartidista que perjudica mucho a los partidos minoritarios.

Pero ni PSOE, ni PP, parecen dispuestos a cambiarla. Y es normal: entre los dos se reparten una aplastante mayoría de los escaños en el Congreso de los Diputados.

Estos son los números: desde la vuelta de la democracia, siempre ha habido dos partidos que han conseguido entre el 80% y el 92% de los 350 escaños. Salvo en las de 1979, esos dos partidos han sido siempre el PP y el PSOE.

La mayoría aplastante de la que disfrutan los grandes partidos en el Congreso y el Senado se refleja de forma nítida en el resto de instituciones del Estado. PP y PSOE controlan la elección de la inmensa mayoría de los miembros del Tribunal Constitucional, del Consejo General del poder Judicial o el Tribunal de Cuentas; lo que pone en entredicho el principio fundamental de separación de poderes.

Tampoco ayuda a la imagen de la democracia el funcionamiento interno de los partidos. Imágenes como el dedazo de Aznar. O, en menor medida, la renuncia a regañadientes de Chacón a enfrentarse a Rubalcaba para ser candidata socialista en las últimas elecciones ha instalado en la calle la sensación de que son los aparatos, y no los militantes, quienes manejan los partidos a su antojo. Las críticas de falta de democracia interna llueven incluso desde dentro.

La mano alzada de Rafael Hernando simboliza otra de las críticas a los partidos españoles. Es el encargado de indicar a sus compañeros del PP lo que deben votar con la técnica de los deditos. Es la consecuencia de la disciplina de voto y las listas cerradas. En España los ciudadanos votan a un partido y no directamente a candidatos. Es el partido el que decide quien va en esas listas.

Así que los diputados le deben el escaño a la organización, no a los electores y siempre votan obedientes lo que dice su líder.