Hay fabricantes que afirman que sus vehículos diésel emiten menos CO2 que sus vehículos de gasolina. También dicen que las partículas de CO2 pueden ser fácilmente absorbidas por los árboles de la ciudad.

Tal y cómo explica Mario Viciosa en el vídeo, las dos cosas pueden ser ciertas. En las ciudades el CO2 no es la principal urgencia, aunque sí lo es para la Tierra: actúa como una campana que lo envuelve todo, fomentando el calor, el derretimiento de los hielos y que haya huracanes más potentes.

La emergencia de las ciudades es más bien sanitaria: estamos tragando gases que sí son tóxicos, a diferencia del CO2, un elemento que no sólo emiten los tubos de escape o la producción de energía, sino nosotros mismos con nuestra respiración.

Acercarnos excesivamente a un tubo de escape podría ser causa de una muerte inmediata: óxido de nitrógeno, de azufre y partículas en suspensión provocarían nuestra asfixia. No lo haría el CO2. El dióxido de carbono calienta el planeta, pero no nos intoxica, o al menos no al instante. No huele, no se ve, pero actúa como el cristal de un coche al sol: permite la entrada de su radiación, calienta todo lo interno y no vuelve a salir.

Si mirásemos todas las partículas que salen de un tubo de escape a través de un microscopio, podríamos ver que las hay más grandes y más finas, siendo éstas últimas las más preocupantes: pueden atravesar los filtros de los motores, que sí retienen las partículas más grandes, como ocurre con nuestros pulmones.

Naciones Unidas cifra en más de 7.000.000 las muertes mundiales anuales relacionadas con la contaminación. Es la doble emergencia de las ciudades y las áreas industriales, y para eso no hace falta pegar la boca a un tubo de escape.