Julio tiene 50 años y una enfermedad crónica que le obliga a tomar 11 pastillas diarias. Un trasplante de riñón en 2002 le obligó a dejar de trabajar durante un tiempo, algo que ahora le pasa factura.  "Jamás me pensé ver en esta situación, yo tenía un trabajo acomodado, cómodo, jamás pensé que me vería en esta situación", lamenta Julio.

Por 19 días de trabajo, ha perdido su condición de desempleado exento de pagar los medicamentos. Es una víctima del repago farmacéutico que se está llevando por delante a muchos enfermos crónicos. "En el mes de enero ya no tengo dinero para el tratamiento. Si llego a saberlo no cojo el trabajo, porque por 500 euros que me pagaron en 19 días, he perdido mi vida", asegura.

Desde el año en el que fue trasplantado, y salvo ese trabajo temporal, no recibe ni ayuda ni subsidio, así que cada día, sigue dos rutinas que no puede saltarse porque su vida está en juego. "Mi día a día es levantarme, ducharme y salir a por trabajo. La cantidad de gente que, como yo, estamos abocados a morirnos de hambre y en mi caso, de falta de tratamiento".

Julio es un ejemplo en carne y hueso de que algunos recortes pueden ser contradictorios y es que nadie le avisó de que trabajar podría ser nocivo para su salud.