El racismo es un problema endémico que no entiende de divisiones, de categorías o de edades. Según explican desde organizaciones como SOS Racismo, son innumerables los casos de insultos racistas en partidos tanto de fútbol profesional como más amateurs. Incluso cuando hablamos de menores. Solo hay que remontarse a 2017, cuando, en un partido entre juveniles entre El Andorra y el Prat, gritaron "¡Moro!" a uno de los jugadores que salía expulsado.

A finales de enero de 2021 también se burlaban con un "¡Uh, uh, uh!" de un jugador negro del Atlético Baleares. Algo tan repugnante como los insultos en Getafe (Madrid) de una aficionada a un delantero del Celta B cuando iba a tirar un penalti: "Vamos a ver si te blanqueas". "Métele el gol a ver si te pones tan blanco". El joven era de origen nigeriano.

No es el único que tiene que lidiar con insultos así. Adoulaye Mbodj salió llorando del campo cuando, en 2018, durante un partido con el Isla Cristina, lo fundieron con insultos racistas. En su defensa salieron su técnico, Francis Acosta, y su compañero Alonso Rodríguez, y los expulsaron. Pero Mboj, que actualmente juega en un equipo de Amiens (Francia), no olvida el gesto. "Me parece deplorable que continúen ocurriendo casos así. Creo que en el fútbol no tendría que tener cabida el racismo", asegura a laSexta desde Amiens.

Y no solo pasa en el fútbol. El Club Parla Voley denunció en abril de 2021 que varias jugadoras de su equipo juvenil femenino, que juega en Primera División y está compuesto por jóvenes de 16, 17 y 18 años, con jugadoras de nueve nacionalidades distintas, habían recibido una serie insultos "racistas" a través de grupos de Whatsapp. Memes en las que las comparaban con monos o en los que cuestionaban que tuvieran papeles o no.

También en el terreno del voley se produjo un episodio racista que saltó a los medios de comunicación. En esta ocasión, en un partido de voley masculino entre el Manacor y el Melilla. Una persona negra, que forma parte del conjunto melillense, tuvo que escuchar como por un megáfono un aficionado del equipo rival le decía: "¡Vuelve a tu continente en patera!". "Lo peor es que, en estos casos, luego te suelen decir que era una broma, que fue una equivocación...Yo creo que cuando tú dices algo en el fondo lo piensas y el daño, además, ya está hecho", nos precisa desde Melilla esta víctima, que se llama Jean Pascal.

Hace nueve años que se creó el Club Dragones de Lavapiés (Madrid), en el que hay equipos de fútbol de diferentes edades y de ambos sexos. Los jugadores son de más de 50 nacionalidades diferentes y sienten que su proyecto es un símbolo de lucha antirracista. No obstante, según Dolores Galindo, lo sufren casi todos los fines de semana, al disputar partidos en las ligas municipales. "No es raro escuchar lo de 'negro de mierda'", explica Fra Sampietro, que entrena a uno de los equipos. "Animalizan mucho y revictimizan mucho a los jugadores afrodescendientes. Los ven como intrusos", detalla Rocío Gómez, portavoz también del club.

El problema, según la mayoría de colectivos antirracistas, es que son casos que se denuncian poco en ligas no profesionales. Y que suelen tomarse como bromas de mal gusto o como tensiones en el campo. Cuando, realmente, el problema solo tiene un nombre: racismo.