“Cuando uno no tiene documentación, no tiene residencia, no puede trabajar ni acceder a los servicios básicos” confiesa Shahíd. Una realidad que vivió antes de obtener el certificado de apátrida. Ahora puede trabajar, sin embargo, continúa sin ninguna nacionalidad. Una condición que se trasmite de padres a hijos: “si uno quiere formar una familia no puede”.

Si Shahíd tuviera hijos también serían no identificados como él. Existen más de 10 millones de personas en todo el mundo. Un tercio de ellos, son niños. Por eso, en plena crisis de refugiados los ojos se clavan sobre ellos.

María Jesús Vega, portavoz de Acnur explica que “uno de los problemas que podría surgir en estos momentos por los desplazamientos tan fuertes es que haya niños que se queden apátridas por la falta de registros de esos nacimientos y a las dificultades burocráticas se suman las desigualdades ante la Ley”.

María Angeles Jaime de Pablo, vicepresidenta de Themis apunta que “las mujeres sirias y de muchos países musulmanes sufren una discriminación clarísima porque no pueden trasmitir su nacionalidad a sus hijos bajo ninguna circunstancia. En este periplo de exilio quedan desprotegidas, pero mucho más los hijos menores a los que se les negarían derechos fundamentales”.

Son menores a los que se les negarían derechos fundamentales ya que como explica Ana Sastre, directora de políticas de infancia en Save the Children “carecen de una identificación que les puede dar acceso a servicios, a la sanidad, a la educación”.

Están expuestos a sufrir abusos o a convertirse en víctimas de redes de trata al no constar en ningún registro. Condenados a vivir una vida invisible.