El chalet de Waterloo al que el Carles Puigdemont regresó desde Alemania ha perdido en una semana gran parte de la simbología institucional que arropó el retorno del expresidente de la Generalitat a la vivienda de esa acomodada zona residencial cercana a Bruselas, convertida ahora en una suerte de punto de peregrinación para sus adeptos.

Solo un discreto distintivo cuadrado a la derecha de la puerta en el que puede leerse 'Casa de la República' identifica la residencia, que en el flanco izquierdo del jardín muestra dos mástiles desnudos de unos cinco metros de altura. De ellos se han retirado las banderas de Cataluña y de la Unión Europea izadas en un solemne acto político para celebrar la vuelta de Puigdemont a Bélgica tras la retirada de la orden que pesaba sobre él por parte de las autoridades judiciales españolas, que aún le reclaman en suelo español.

Una barandilla blanca de metal adornada con seis macetas es todo lo que puede verse en el balcón de la señorial, vivienda donde el expresidente catalán compareció junto al presidente de la Generalitat, Quim Torra; el rapero Valtonyc, el abogado Ben Emmerson y los exconsejeros autonómicos en situación judicial similar a la suya: Toni Comín, Lluis Puig, Meritxell Serret y Clara Ponsatí.

Ni rastro de la pancarta que reclamaba en inglés "libertad para presos políticos y exiliados" cuando Puigdemont se dirigió a un nutrido grupo de medios de comunicación y unas 350 personas, según la policía, que le aplaudían desde el prado situado en frente.

Yannkic, padre de una familia que vive a unos 200 metros de Puigdemont, ha explicado que el expresidente es discreto, pero le inoportuna que el prado al que también desemboca su propia casa se haya convertido en un lugar de peregrinación. "Es verdad que elegimos este barrio porque es un barrio tranquilo y ahora claramente será menos tranquilo que antes (...). Su 'club de fans' viene a menudo, a hacerse fotos, a tomar el sol. Estamos pensando en venderles helados y picoteo para sacar algo de dinero. Es un poco como un zoo a cielo abierto", comenta.

Yannick es francófono, se describe como un belga que defiende la unidad del país y critica abiertamente las aspiraciones separatistas del partido nacionalista flamenco N-VA que ha arropado a Puigdemont en Bélgica. "Mientras sea su residencia, muy bien, bienvenido a Waterloo. Pero no me gustaría que se convierta en su cuartel general donde pasen cosas, donde haya un trajín de partisanos suyos, sobre todo de la NV-A", ha dicho sobre la vivienda.

La casa tiene seguridad día y noche, explican en el barrio. Y la policía pasa todos los días para observar la vivienda, reconvertida ahora en una suerte de oficina en la que no hay constancia que Puigdemont duerma todas las noches. Sus vecinos creen que sí, pero no lo saben. El vehículo con lunas tintadas que le transporta entra directamente al garaje y se cierran las puertas. No han vuelto a ver al político, solo a sus colaboradores, que se muestran extremadamente amables con las autoridades comunales y los vecinos.