El doctor Said Abdulrahman lleva 23 años dedicado a cuidar a los demás. Nació en Beit Laia, en el norte de la Franja de Gaza, y se vio obligado a desplazarse a Rafah, en el sur, cuando comenzó la ofensiva. Fue arrestado en un hospital en la ciudad de Gaza.

Entre paciente y paciente, confiesa el calvario que le hizo pasar el ejército israelí: "Nos pusieron a dormir sin almohada, sin colchón, sin funda y con la música alta, como si fuera una fiesta". Describe las torturas a las que fue sometido. Para ello, muestra las pruebas, sus manos: "Estuvieron esposadas durante 45 días. Me pusieron una máscara en los ojos durante 45 días. También pinzas en las piernas".

Desde que bombardearon su casa, no ha vuelto a saber nada de su familia. Asegura que no tiene ninguna relación con Hamás: "Mis armas son mi bolígrafo, libreta y estetoscopio". Como él, casi dos millones de gazatíes continúan hacinados en esta ciudad ante los continuos bombardeos. En las últimas horas los ataques han matado a dos niños en una guardería.

Al norte de Rafah, en Jan Yunis, algunos corren entre disparos de francotiradores. En Deir al Balah, en la zona central, lloran por sus muertos y rezan por sus heridos. Los hospitales no dan abasto y los heridos son atendidos tirados en el suelo. Los gritos de desesperación no parecen importarle al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien ha anunciado que han derrocado "17 de 24 batallones". "El resto están en el sur y nos ocuparemos de ellos", ha prometido. Aprovecha, además, para cargar contra la UNRWA advirtiendo de que "no es parte de la solución, sino del problema". Todo ello, tras haber vinculado a 12 de sus trabajadores con Hamás.