En 2014, Dáesh perpetró lo que Naciones Unidas describe como una campaña de genocidio contra la minoría yazidí en el norte de Irak. En esta operación, realizada durante el apogeo de la capacidad de expansión de la organización terrorista, resultaron muertos o capturados en torno a 9.000 adultos y niños.

Dáesh cogió a los secuestrados y les lavó el cerebro en un proceso de adoctrinamiento multitudinario a los cientos de los niños que cayeron en sus manos hace cuatro años. Uno de ellos vive ahora en el campo de desplazados de Rawanga; un adolescente de 14 años descubierto mientras dibujaba bocetos plenamente funcionales de cinturones explosivos y coches bomba. Algunos de ellos los había fabricado él mismo.

En otro de los dibujos, el joven aparece acribillando a tiros a un hombre. La gente del centro está convencida de que todos los dibujos son imágenes recurrente de su etapa como niño soldado de Dáesh. El niño recuerda los bombardeos sobre su casa en el norte de Irak, y las explosiones en la antigua "capital" siria de Dáesh, Raqqa, donde estuvo viviendo secuestrado hasta su liberación, el año pasado.

"Aquí me dispararon las FDS", declara el niño, bajo condición de anonimato, en referencia a un balazo que recibió en la espinilla de las Fuerzas Democráticas Sirias, el grupo rebelde auspiciado por Estados Unidos.

El joven se encuentra ahora integrado en un programa de tratamiento para limpiar su cerebro de las ideas de violencia con las que ha convivido los últimos cuatro años. Un tratamiento precario, como ocurre habitualmente en Irak, donde los programas de atención al estrés postraumático prácticamente brillan por su ausencia.

La atención especializada infantil en Irak es casi inexistente a pesar de que la edad mínima de responsabilidad criminal en el país son los nueve años.

De hecho, y según un reciente estudio de Human Rights Watch, el Gobierno iraquí ha imputado a decenas de niños por su supuesta afiliación a Dáesh, una actitud completamente errónea a juicio de uno de los pocos psicoterapeutas infantiles que hay en Rawanga, Naif Jardo Qassim: "Son víctimas, no criminales".

El profesor yazidí Hoshyar Jodeida Suleiman recuerda la historia de uno de sus estudiantes, un joven reunido con su familia el pasado otoño tras años de cautiverio. A las pocas noches de estancia, el padre se encontró con un cuchillo en el cuello, con el joven sujetándolo por el mango.

El niño no sabía si debía matar a su padre o cortarse su propia garganta. "No hacía más que gritar que su familia eran unos infieles y que prefería morir antes que ser uno de ellos", explicó el profesor. Su alumno era uno más de los niños capturados para combatir para Dáesh.

Las niñas fueron vendidas como esclavas sexuales y para satisfacer las necesidades de sus compañeros combatientes, todos ellos miembros de los llamados 'Cachorros del Califato', la sección infantil de la organización terrorista.

Cuando regresaron con sus familias, sus padres no estaban allí. Habían desaparecido o, lo más probable, ejecutados y enterrados por los yihadistas en la misma ofensiva en la que los pequeños fueron capturados.

"Dudo mucho que recuerden nada de lo que era su vida", ha lamentado Qassim."Han visto como mataban a sus familias, les han secuestrado, apaleado, les han lavado el cerebro. Han sido testigos de ejecuciones, obligados a matar y les han violado durante años", explica Qassim, miembro de la ONG Yahad In Unum, una de las pocas que han conseguido reunir el material y el personal suficientes como para proporcionar terapia a los niños "para que recuerden cómo ser niños de nuevo".

El centro de Qassim trata actualmente a 123 niños y niñas menores de 18 años. "Nada más llegar, es muy normal verles agresivos, violentos, confusos y furiosos. Muchos de ellos se han olvidado incluso de su kurdo natal", ha explicado el terapeuta.

A partir de ahí, todo va cuesta abajo. "En el momento en que se relajan es cuando el trauma comienza a calar de verdad, y a expresarse en forma de ansiedad y depresión profunda", ha añadido. "Así que la idea principal es la de conseguir que recuerden cómo eran sus vidas antes para comenzar de nuevo", ha declarado.

Lo más importante: "Todos los niños que he tratado han sido desprogramados con éxito; ningún niño es insalvable", según el terapeuta. De la misma opinión es la portavoz del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en Irak, Laila Alí, que achaca cierta polémica sobre la utilidad del programa a su novedad y a que ciertos casos son especialmente difíciles.

Ello se debe a que muchos niños recuerdan de manera especialmente vívida su etapa como "soldados" y les cuesta adaptarse a la vida en los campamentos como un refugiado más. "Tenemos un niño de 10 años al que todavía se le iluminan los ojos cuando habla de sus combates en Deir Ez Zor".

Otros niños se van a escondidas a rezar en los retretes porque tienen miedo de que Dáesh descubra que están obviando las obligaciones que se les impusieron. Y otros simplemente se sienten abandonados por su familia, que les da la espalda por colaborar con los yihadistas.

"Mis padres me dijeron que nunca me aceptarían de nuevo después de lo que hice", lamenta otro de los jóvenes excombatientes, de 15 años de edad.

"Es una cuestión de reconectar: primero con su fé yazidí; segundo, con la decencia y humanidad fundamentales", ha explicado el también terapeuta Suleiman, desde el campo de refugiados de Sarya.

"Les regalé ropas tradicionales en febrero: vestidos blancos y bufandas con cintas negras y doradas para las niñas; pantalones, chaleco a juego y bufanda keffiyeh roja y blanca para los niños", ha añadido Suleiman. "Algo sencillo, pero la ropa es un recordatorio de quiénes son y de dónde vienen", ha asegurado.