De los más de 50 millones de votantes llamados a las urnas en estas elecciones en Italia, a las 19:00 solo habían depositado sus papeletas cerca de la mitad. Los primeros datos ofrecidos tras el cierre de colegios apuntan a que en 2022 se registrará la participación más baja de la historia de la república italiana: por debajo incluso del 64%. A falta de datos que ayuden a tomar una fotografía más completa de la jornada, en comparación con la participación a la misma hora en las últimas elecciones, en 2018, los datos son excesivamente bajos: diez puntos menos a las 19:00; otros diez a las 23:00.

Lo cierto es que esto no era algo común en Italia: desde el establecimiento de la república Italiana, en 1948, la participación electoral ha ido cayendo irremediablemente con el paso de los años. En los primeros comicios democráticos más del 92% de la población italiana acudió al llamamiento a las urnas, una tendencia que se mantuvo bastante estable hasta 1976, oscilando entre el 92% y rozando el 94% de participación en ocasiones. No obstante, en 1979 Italia llegó a un punto de inflexión del que nunca se logró recuperar: por primera vez la caída de participación era relativamente significativa, dado el historia, con una pérdida de tres puntos porcentuales en interés por parte de los votantes. Desde entonces, nunca más se ha alcanzado el 90% de participación en unos comicios generales.

Hasta 1994, la participación se mantuvo estable dentro de esos límites ya más bajos que los previos —entre el 86% y el 88%—, pero ya el 1996, otros cuatro puntos porcentuales menos; en 2001, otros tres menos. El año 2006 la democracia italiana tuvo un pequeño 'respiro' de nuevo, volviendo a superar el 83% de participación (con la segunda victoria del socialista Romano Prodi, quien se había intercalado como primer ministro con Silvio Berlusconi) para, en 2008, regresar a la tendencia negativa: hace ahora 14 años Italia vivió otro momento clave y, desde aquel año, tampoco se ha vuelto a alcanzar el 80% de participación.

En 2018, la última vez que se celebraron elecciones generales en Italia, la participación se quedó por debajo del 73%, lo que supone 20 puntos porcentuales menos de la que se había registrado durante los primeros años de la república. Si bien fue la participación más baja de la historia de la Italia moderna hasta entonces, aquellos comicios tuvieron como resultado algo inédito: dejando atrás la tradición parlamentaria de oscilar entre la derecha de Berslusconi y la izquierda democrática de Prodi a la que Italia se había acostumbrado desde 1994 (hasta entonces Democracia Cristiana lideró todos y cada uno de los procesos electorales), el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo daba la sorpresa. Aunque lo cierto es que no lo era tanto: ya dos años antes el partido 'antisistema' se había convertido en el favorito entre los italianos.

¿Por qué esta caída de participación?

Es a partir de 1976 cuando se empieza a hablar de 'terremotos electorales' en Italia. A pesar de la consistente caída de interés del votante italiano en participar en el proceso democrático que da forma a los Gobiernos de la nación, Italia sigue siendo uno de los países con un perfil participativo alto, junto a otros como Bélgica, Luxemburgo, Dinamarca, Austria o Alemania. Todos ellos tienen una tasa de abstención inferior a la media europea, de en torno a un 20%, según el estudio 'La partecipazione elettorale in Italia' de Maurizio Cerruto. Es a finales de los noventa, siempre en elecciones adelantadas, cuando la abstención pasa de ser un fenómeno marginal a algo políticamente relevante: según Cerruto, la abstención es, en realidad, "solo una de las dimensiones de un proceso más generalizado de desalineación y desidentificación partidaria".

Por un lado, Cerruto insiste en que no siempre se debe interpretar la alta participación con un síntoma de buena calidad democrática. Mencionando a SM Lipset, la alta participación "es síntoma de un recrudecimiento de las divisiones y el conflicto político, por lo que acaba teniendo un efecto radicalizador". "En consecuencia, la no participación, lejos de ser una señal de crisis y deslegitimación del sistema político, termina indicando un elemento de estabilidad de la propia democracia". No obstante, Cerruto asegura que no es, para nada, lo que ocurre en Italia, donde "parece ser signo de un síndrome generalizado de relajamiento o pérdida de legitimidad de la relación entre ciudadanos e instituciones".

¿Y cuáles son las razones? Varias, según Cerruto. Por un lado está la apatía, la "distancia entre el votante y la oferta política". Pero por otro lado también se puede encontrar aquí la abstención como método de protesta, como "expresión activa de un descontento electoral" que, según este profesor de ciencias políticas de la Universidad de Calabria, expresa una "muestra de desconfianza" y, en muchos casos, hasta de "abierta hostilidad" no solo hacia el ámbito de la política sino sobre todo hacia la clase política.

No obstante, esta desafección de los italianos hacia su Parlamento se puede situar en un "contexto europeo más amplio", según Lorenzo Ferrari, doctorado en Historia de la integración europea. La confianza de los ciudadanos europeos en sus instituciones ha caído en casi todos los países de Europa, según el Eurobarómetro, del que se extrae que en la última década menos de la mitad de la población europea ha mostrado confianza en las instituciones políticas de sus países.

"El contexto es aún más complejo cuando se observa qué sectores de la población tienen más probabilidades de abstenerse", apunta Ferrari. Según un estudio de la encuestadora SWG, la abstención en Italia está especialmente extendida entre los votantes de 18 a 44 años, que conforman el grueso del votante 'indeciso' o sin afiliación política concreta. Además, en Italia, muchos abstencionistas tienen estudios superiores, frente a lo que muestran las encuestas en muchos otros casos, en los que existe una correlación entre los bajos niveles de educación y las altas tasas de abstención.