Arrastra su lamento, la llorona, a través de las finas cuerdas del arpa, un arpa antigua para acercar la música, sobre todo la clásica, a jóvenes y mayores.
La suya, la música antigua, dice Sara Águeda, arpista, está encerrada en las arcas de la Biblioteca Nacional. Por eso es momento de reivindicarla.
"Es tan importante como restaurar una catedral o una iglesia, nos importan mucho siempre este tipo de patrimonio y el musical también es importante para que haya fuentes vivas", afirma Águeda.
Desempolvar a Vivaldi o Bach y a ras de suelo sentarlos junto al público. Más cerca, sin grandes auditorios, mimando su música.
"Tocamos instrumentos históricos que buscan el sonido de la época en la que se compuso esa música con cuerdas hechas de tripa en lugar de metal", explica el músico Alejandro Marías.
Hace 100 años el New York Times vaticinaba el declive de la música clásica. Un siglo después, la realidad le ha cambiado el titular. No es cuestión de público, porque lo hay.
"Nunca antes en toda la historia de la música clásica se había escuchado y consumido tanta música clásica. Puedes ir con las 106 sinfonías de Haydn en el bolsillo o ir dese el salón de tu casa al estreno de una ópera en el Metropolitan", destaca Benjamín García-Rosado, crítico musical.
La clásica e Internet, ambos de la mano en tiempos frenéticos dice el pianista británico, James Rhodes. "Hay demasiada información, dolor... para mí la música es una forma de disolver todo eso, no importa si es Luis Fonsi, reguetón, Extremoduro, Bach o Beethoven".
Sí, Mozart y Nicky Jam pueden compartir espacio en nuestro reproductor. "La música clásica no es erudita, no es cara, no es para personas mayores", añade García-Rosado. Simplemente es música y está ahí para ser escuchada.
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