A Majuli, la isla fluvial más grande del mundo, se llega en un abarrotado ferri, que admite incluso elefantes y que surca el río Brahmaputra, que desde hace seis décadas devora sus orillas y amenaza con quitarle su recién conseguido récord Guiness.

A escasos kilómetros del embarcadero de Majuli, en el remoto nordeste de la India, humildes casas de bambú y techo de paja se agolpan a ambos lados del camino, ocupadas por centenares de familias relegadas a sobrevivir en las cunetas después de que la erosión del río Brahmaputra se tragase sus tierras.

Desde 1950, el Brahmaputra se ha tragado los hogares de unas 10.000 familias y con sus crecidas anega, durante meses, entre 60 y 70 aldeas, según dijo el directivo de la Organización para la Protección de Majuli Jagat Hazarika. Frente a una de las chozas y envuelta en un sari verde, Ratna Regon, de 36 años, recuerda aquel día de junio en que tuvo que salir corriendo junto al resto de los habitantes de la aldea.

Era 2012, lo recuerda bien porque su hija, ahora de 7 años, era apenas un bebé cuando ella se apresuraba a reunir unas pocas pertenencias. Describe cómo la lluvia y una fuerte tormenta les envolvía, matando una por una buena parte de sus vacas.

Ahora ella como otros vecinos se quejan de la falta de ayuda gubernamental para responder a un problema crónico en este territorio que los récord Guinness nombraron el pasado verano como la isla fluvial más grande del mundo al reconocerle unos 880 kilómetros cuadrados de extensión.

Desde su nacimiento en las montañas del Tíbet, el Brahmaputra arrastra corrientes y sedimentos que se "comen" la isla por ambas orillas, explicó un funcionario a cargo del problema que pidió el anonimato.

Otras ínsulas en el curso del río, detalla, se libran de su azote gracias a sus riberas "rocosas" y a que sus gentes, a diferencia de la longitudinal y escuálida Majuli, "no están confinadas a sus orillas".

En la isla han colocado algún que otro muro de contención con bolsas de arena y estructuras de cemento en forma de cruz que valen para poco más que para secar la ropa. El funcionario, sin embargo, insiste en que con estos métodos y otros planes que tienen en la recámara lograrán detener la erosión en "tres o cuatro años" asegurando que algunas estimaciones que vaticinan la desaparición de la ínsula para dentro de dos décadas son "erróneas".

Hazarika subraya que ahora es preocupante la situación de los desplazados en una isla predominantemente agrícola donde no tener tierras significa no tener trabajo ni medio de sustento. Muchas de las víctimas acaban en las cunetas o en otra zona ribereña, mientras que los más afortunados abandonan la isla. Irse a "tierra firme", dice Hazarika, es el sueño de todos, pero casi ninguno se puede permitir el lujo.