Mientras que en algunos países votar es una obligación, en España el sufragio es un derecho, por lo que es cada ciudadano el que puede decidir si quiere votar... o no hacerlo. En el caso de no querer dar el apoyo a un partido o candidatura concreta, existen tres opciones: abstención (no acudir a votar), voto en blanco y voto nulo. Aunque siempre que se acercan las elecciones entre los votantes surge la duda sobre qué es lo que representa cada una de estas posibilidades y, sobre todo, a quién perjudica o beneficia.
Lo cierto es que el voto en blanco es el único que puede, de algún modo, perjudicar o beneficiar a alguno, porque tanto la abstención como el voto nulo no 'cuentan' como votos emitidos válidos. En las elecciones generales de 2019, por ejemplo, se registraron un total de 217.227 votos en blanco, lo que supone un 0,8% de los votos; en las municipales de aquel año, el dato fue similar: un 0,94% del voto fue en blanco, según datos del Ministerio del Interior. En las autonómicas, en ningún caso se superó el 1,5% del voto en blanco.
¿Qué es el voto en blanco y cómo se vota en blanco?
La definición de voto en blanco es bastante obvia: según explicaba a Más Vale Tarde el investigador de Ciencias Políticas del CSIC Pepe Fernández Albertos, se trata de una manera de 'participar' en un proceso electoral depositando en el sobre una papeleta vacía, sin marcar o que, de alguna manera, se pueda considera un voto válido pero que no aporte información de a qué partido o lista se vota.
Para votar en blanco puedes, efectivamente, depositar en el sobre una papeleta vacía, sin marcar (en el caso de las elecciones al Senado) o dejar el sobre completamente vacío.
¿Favorece el voto en blanco a los partidos grandes?
Los votos en blanco sí entran en el cómputo de los votos válidos, por lo que sí tienen efecto en el resultado de unas elecciones. Para entender esto hay que comprender, aunque sea de la manera más básica, cómo funciona la Ley d'Hondt: se trata de un sistema de reparto proporcional para repartir los votos en unas elecciones, el que utiliza España pero también otros países.
Para repartir los votos y 'transformarlos' en escaños, ya sea para el Congreso de los Diputados o para un Ayuntamiento, lo primero que hay que hacer es ordenar los resultados de mayor a menor, y se calcula el porcentaje de cada uno sobre el total de votos válidos. Recuerda que los votos válidos son los votos emitidos a un partido concreto y los votos en blanco, pero no entra dentro del concepto de voto válido la abstención o el voto nulo.
En España, y para "evitar una excesiva fragmentación de la cámara o la corporación" (en palabras del Ministerio de Interior), se descartan todas las candidaturas que no lleguen al porcentaje del 3%, que es el que se considera mínimo para obtener representación en unas generales, o al 5% en el caso de las locales.
Y es aquí donde entra el voto en blanco: al entrar en el cómputo de votos válidos, los votos en blanco lo que hacen es, según Fernández Albertos, "hacer más difícil entrar" a los partidos pequeños, mientras que favorece "marginalmente" a las grandes formaciones. Aunque es un voto que no suma ningún partido, hace que el porcentaje aumente por lo que cada candidatura necesitará más votos para lograr un escaño.
En este punto, la Ley d'Hondt también continúa: una vez que se tengan estos datos, se construye una tabla con tantas columnas como número de escaños o concejales a distribuir, completando cada columna con el número de votos de cada candidatura dividido por 1, por 2, por 3... hasta completarla. Los escaños o concejales se asignan a los coeficientes más altos, en orden decreciente.
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En caso de que haya un empate, el escaño o concejal se asigna a la candidatura con mayor número de votos totales; ahora bien, si éstos también coincidieran, que sería raro, se asigna por sorteo y el resto de empates de forma alternativa.
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