Dicen que soñar es gratis.

Pero resulta que no lo es.

Para soñar necesitas tiempo.

Para tener tiempo necesitas dinero.

Y para tener dinero tienes que vender tu tiempo.

Dicen que persigas tus sueños.

Como si todo el mundo partiera desde el mismo lugar.

Como si no importara la clase, el género, la raza o la disidencia sexual.

Como si no existieran los privilegios.

Como si la igualdad de oportunidades fuese una realidad.

Dicen que si no consigues algo es que no te has esforzado lo suficiente.

Que siempre puedes producir más, quemarte más, desgastarte más y agotarte más.

Pero lo que te enseñan es que muchas veces da igual.

Que la vida no es para nada una ecuación exacta en la que recibes lo que das.

Dicen que seas libre.

Pero no te hablan de la precariedad.

La precariedad es un rapto del futuro.

Es la imposibilidad de hacer planes porque no hay nada que planear.

La precariedad es el miedo a que la existencia acabe por descarrilar.

Es que todos tus pensamientos vayan al mismo pozo del cómo gastar menos.

Es que por la noche cuando todo el mundo duerme.

Tu preocupación siga despierta.

La precariedad no es que no puedas salir a cenar por ahí el viernes o que no puedas darte un caprichito.

La precariedad es una amiga que pone siempre como excusa que se ha dejado la cartera en casa.

La preocupación es tu primo que hace el ademán de sacar dinero del bolsillo sabiendo que está completamente vacío.

La precariedad es ir a un baño público y coger el papel higiénico porque eso hará que te puedas comprar un pan.

La precariedad es un hombre de 63 años que lleva a su espalda una pizza para repartirla y tiene un accidente y lo único que importa es si el pedido está bien.

La precariedad es un amigo que tumba una bombona como si fuera un bote de champú porque igual así se puede duchar un día más con agua caliente.

La precariedad es separarte y tener que volver a casa de tu madre para vivir en el garaje.

La precariedad es una chica que desea ser madre y lo pospone una y otra vez porque aunque tiene trabajo no podría mantener a nadie más con lo que cobra y tal vez cuando pueda ya será demasiado tarde.

La precariedad es una hija a cuatro mil kilómetros de su hogar porque aquí no se pudo quedar.

La precariedad es tener que vivir con la pensión de tu abuela porque todavía no te han pagado las facturas del año pasado.

La precariedad es estar obligado eternamente por contrato a compartir el baño, la cocina, los pasillos y el salón.

La precariedad es inventarte que estás enferma o cansada porque tus amigas van a tomar una cerveza y tú no puedes permitírtela.

La precariedad es contar todos y cada uno de los céntimos una y otra vez.

La precariedad es una flor arrancada de la tierra sin pétalos.

Unos grilletes donde deberían haber velas de cumpleaños para soplar y pedir deseos.

Dicen que soñar es gratis pero lo que son gratis son las pesadillas.

Las de todas aquellas personas que no se pueden permitir el lujo de vivir.

Porque lo que están es sobreviviendo.