Esta semana, Macarena Olona de Vox, pedía en la Comisión de Igualdad del Congreso (en la que se discutía un Proyecto no de ley que prohibiría los métodos, programas y terapias de aversión, conversión o contracondicionamiento de la orientación sexual o de la identidad o expresión de género) libertad para que las personas homosexuales o bisexuales pudieran acudir a un especialista que les ayudara a encontrar su identidad.

En diciembre de 2016 se creó la llamada la Plataforma por las Libertades.

Una plataforma que trataba de luchar contra la aprobación de las distintas leyes a lo largo del territorio español que buscan la protección integral contra la LGTBifobia.

Integrando dicha plataforma estaba, cómo no, estaba Rocío Monasterio también de Vox.

En uno de los puntos del manifiesto que firmaron se decía lo siguiente:

«Defendemos el derecho a la autonomía del paciente y a la libertad individual ante las leyes que prohíben someterse a una terapia de reorientación de la inclinación sexual cuando se trate de revertirla a la heterosexualidad, incluso si esa fuera la voluntad de la persona y solicitara tal terapia, además se sanciona al profesional que se preste a ayudarle en su legítima pretensión.

Pueden incluso ser denunciados los padres por violencia familiar si acuden con su hijo a un psicólogo para consultarle sobre sus deseos o aplicar una terapia de ese tipo.»

Esto es, ni más ni menos, lo que es la ultraderecha en este país.

Hablan así de revertir la inclinación sexual hacia la heterosexualidad, como si la heterosexualidad fuera una meta, un fin, como si fuera lo que hay que «ser», como si todo lo que se aleja de ahí fuera una especie de molestia, de incomodidad, de desvío de lo deseable.

¿Por qué alguien querría ser heterosexual pudiendo ser la persona que es?

Plantear la idea de que puedan existir las terapias de reorientación sexual es ya considera que existe algo malo en la disidencia sexual, implica que hay una «normalidad» que ha de ser restituida, que la homosexualidad o la bisexualidad (o la asexualidad) son lugares transitorios de los que hay que salir.

Pedir libertad para que puedas sentir asco por tus deseos.

Para odiarte.

Es una aberración.

Parece mentira que haya que recordar constantemente el dolor del colectivo LGTBIQA+.

De todas las personas que hemos llorado de noche en nuestras camas mientras los demás dormían.

Aterrorizados por si dejaban de querernos.

Hacer capital de nuestro miedo al rechazo es asqueroso.

Parece mentira que haya que recordar a todas esas personas que voluntariamente (u obligadas por sus familias) fueron a «curarse» de su orientación sexual y les provocaron descargas eléctricas.

De todas las consecuencias que esto tiene en la vida de estas personas.

Como al científico Alan Turing, descifrador de códigos durante la Segunda Guerra Mundial, al que castraron químicamente por actividades homosexuales y acabó suicidándose.

Como Isabel que mató a su novia Carmen en Valencia en 1998 con un cuchillo y un hacha tal y como ella le había pedido expresamente y después trató de matarse con cinco puñaladas debido a que Carmen había sido ingresada en un psiquiátrico y tratada con descargas eléctricas para revertir su orientación sexual y después de eso nunca más fue la misma.

No, señora Monasterio. No, señora Olona. No, señores de Vox.

Esto que ustedes llaman libertad es lgtbifobia.

Es una mierda.

Mata.

Las personas diversas lo único que necesitamos es que nos dejen en paz.

Porque, por fin, estamos orgullosas de ser las personas que somos.

Aunque a algunos les joda, aunque quieran vernos avergonzadxs, invisibles, ocultxs o suplicando unas migajas de aceptación y un puesto en la realidad, somos, existimos y estamos.

Y nuestra dignidad consiste en decir: No quiero ser como tú.

Quiero ser como yo.