Pasado mañana ingresan a mi madre para operarla en un hospital público. Tenía pendiente una intervención de cadera (que ya sabemos que serán dos) desde meses antes de la pandemia y, justo cuando iba a ingresar, vino todo esto y la dejaron confinada en la residencia en la que había entrado a vivir para poder llevar mejor la recuperación. Han sido meses muy jodidos de soledad y sufrimiento de mi madre, que ahora ve que empieza otra nueva etapa, que también tendrá mucho dolor, conllevará mucha paciencia y no será fácil: a lo dolorosa que es per se una operación como esa, hay que añadir que mi madre es paciente de riesgo por todos los lados.

Miro la fecha de la entrada de mi madre en el hospital y veo que hoy se han declarado solamente 48 nuevos contagios detectados por PCR. Me voy a la serie histórica y veo que el 31 de marzo tocamos techo con 9.222 casos nuevos. Teniendo en cuenta el descontrol que había entonces, es evidente que la cifra de hoy es mucho más ajustada a lo que pasa que la de aquellos días, en los que los contagiados eran muchísimos más de los que se conseguían diagnosticar. Así que la cosa está sideralmente mejor, nuestra vida es radicalmente distinta y hoy sabemos que todo lo que pasamos mereció la pena: un estudio de la revista Nature calcula que en España se salvaron 450.000 vidas con el confinamiento.

Hubo un momento durante estos meses que fue especialmente crítico con mi madre: unos días en los que tuvo diarrea. Pasé mucho miedo por dos razones: porque podía ser un síntoma de coronavirus (posiblemente lo fue, porque le hicieron el test serológico semanas después y dio que lo había pasado sin mayores consecuencias) o porque fuera una consecuencia de sus problemas intestinales, fruto de un cáncer que pasó, y me aterraba la idea de que tuviera que ir a un hospital. Pensar que tuviera que ingresar era, para mí, equivalente a que se iba a contagiar y se iba a morir. Eran los días duros de la pandemia en los que lo veíamos todo negro. Y posiblemente tuviéramos razón.

Hoy me apena terriblemente que vaya a someterse a unas intervenciones muy duras que van a hacer todavía más jodido su día a día. El hecho de que todo sea complicado y que pueda pasar cualquier cosa está ahí, porque para una mujer tan delicada como ella y con casi 80 años es un riesgo tremendo. Sé que 2020 va a ser un año horrible y lo asumo. Pero es verdad que ahora mismo no me da más miedo que el justo y necesario que tengamos que afrontar lo que nos viene. Sé que tiene un médico fantástico, que se va a operar en un hospital magnífico y que puedo confiar en que todo va a salir lo mejor posible. Tenemos una suerte tremenda de tener un sistema de salud pública que permite a una pensionista acceder a un tratamiento de este nivel.

Y quiero decir bien alto que si he superado el miedo y vuelvo a ver la vida con esperanza es, fundamentalmente, gracias a nuestro sacrificio como ciudadanía y al trabajo de nuestros sanitarios. Y por eso, por honrarnos a nosotros y por homenajearlos a ellos, debemos seguir comportándonos y manteniendo las medidas que se nos exigen para que esto no vuelva a ocurrir. Ni ciudadanos ni sanitarios tuvimos la culpa de cómo nos atropelló el coronavirus, pero ahora podemos hacer un sacrificio que ya es menor porque no vuelva a ser todo así de duro. Yo, de momento, os (y nos) doy las gracias porque puedo afrontar un momento tan jodido con el miedo que me toca. Ni más ni menos...