Hace tiempo que no me ocurría: que los medios de comunicación o el entretenimiento marcaran mi horario. El mundo ha cambiado lo suficiente como para que ya no estemos muy dispuestos a consumir contenidos en un día y una hora fijada: se acabó lo de sentarse delante de la tele o de la radio en un momento impuesto si no hay un acontecimiento de verdad. En este confinamiento, dos señores han conseguido que esté puntual adonde ellos me dicen: Michael Jordan y Fernando Simón.

¿Tienen algo que ver? No. Bueno, son muy buenos en lo suyo, pero poco más. Eso sí: ambos me tienen pegado a sus shows, diario el de Simón (sus ruedas de prensa) y semanal el de Jordan (su documental The Last Dance). Y creo que sé qué tienen en común.

Hay algo que uno aprende con los años, posiblemente tarde (aunque vale más que nunca) y después de darse muchas hostias, hacer tremendos ridículos y sentirse muy imbécil, que desmonta y resuelve situaciones de manera sencilla y contundente: mostrar duda y debilidad. Nadie gana más credibilidad que quien enseña inquietud, arrepentimiento o rectifica. Primero, porque quien escucha a alguien que jamás los muestra, sabe que miente en algún momento. Segundo, porque sitúa al de enfrente en un plano de igualdad. A más conocimiento de una materia o grandeza en lo que haces, más valor te da ser vulnerable y más confiable te hace en el que te está escuchando. Es más fácil seguir a alguien que enseña su debilidad que a quien no se la intuyes. Porque todos sabemos que siempre está ahí y quien no la enseña, nos engaña.

Michael Jordan, según se ve en el documental de manera más explícita, fue un cabronazo que atormentaba mentalmente (y a veces físicamente) a sus compañeros para conseguir ganar. Él dice que hizo lo que tenía que hacer y lo defiende, pero hay un momento en el que se echa a llorar mientras lo afirma. Se ve frente al espejo de lo que sus antiguos camaradas de vestuario opinan de él y se rompe. Se percibe que más de 20 años después sigue atormentado por lo que hacía. Que creía que era su misión pero que ha pagado un precio. El más grande de todos los tiempos, el que logró lo que todos desearíamos, mostrando que hay una cara B. Es muy posible que Michael Jordan no tenga demasiados amigos porque decidió que su objetivo era otro, que se vaya viendo envejecer y se dé cuenta de que hay comportamientos que no merece la pena tener, por muy rutilante que sea la gloria que te proporcionan. Se rompe y nos hace reflexionar a todos. A mí me ha aportado más (y casi diría que me ha hecho verlo con más ganas) que todo sus triunfos.

Fernando Simón nunca da nada por supuesto. Sé que es lo normal en los científicos (no dar algo como seguro hasta que no está inequívocamente demostrado), pero él, además, muestra sus debilidades en otros terrenos. No debe ser fácil para un señor cuyo trabajo es reunirse con científicos y elaborar estrategias ponerse cada día al frente de las ruedas de prensa más exigentes que uno pueda imaginar. Todo un país, y las vidas de todo un país, con los ojos clavados en él y la respiración contenida. Que en tantos minutos delante de los periodistas, con tanta gente buscándole las cosquillas, salga tan airoso es casi milagroso. De hecho, jamás da titulares, porque en todo mantiene la cautela, de manera que el periodismo es más injusto con él que con nadie: todo titular es casi seguro una inexactitud o una falsedad, porque un razonamiento suyo no se puede resumir en una línea. Con nadie es más ingrato el plumilla que con Fernando Simón, por el simple hecho de que se ve obligado a titular lo que dice.

Se equivocó, claro. Y mucho, probablemente. Y lo asume con la misma normalidad con la que habla de cuál es su trabajo, cuál no y de lo difícil que es el papel de todo el mundo en esta pandemia. Se salta líneas rojas políticas (o partidistas, mejor dicho) para poner en valor el trabajo de las comunidades autónomas que lo están haciendo bien. Lo hace con Madrid habitualmente. Aplica el sentido común, solo dice cosas lógicas y jamás da nada por sentado. Te hace seguirle sin imponerte nada. Sus ruedas de prensa, a las que me conecto con devoción, son el otro gran 'must' de estos días.

Y ahora, una vez he criticado al periodismo porque todo titular es injusto, estoy viendo cómo titular esto. Y sí, voy a poner a Jordan y a Simón en la misma línea. Porque, como bien sabéis, haz lo que digo pero no lo que hago. Y así, reconociendo una debilidad, doy por acabadas estas letrillas.