En los últimos años, los ultraprocesados se han convertido en el gran villano de la alimentación. Y no sin motivos: cada nueva publicación científica refuerza la idea de que su consumo habitual se asocia con peores indicadores de salud. Pero entre titulares alarmistas, mensajes en redes y propuestas de prohibición, corremos el riesgo de olvidar algo fundamental: en nutrición, como en casi todo, los extremos generan más problemas que soluciones.
Para entender mejor qué nos dice la evidencia hoy, pero también qué consecuencias pueden tener los discursos absolutos, conviene hacer un poco de zoom.
Qué sabemos ya sobre los ultraprocesados
No hablamos de alimentos "malos" por definición moral; hablamos de productos diseñados para ser hiperpalatables, baratos, duraderos y fáciles de consumir. Bollería industrial, refrescos, snacks salados, carnes procesadas, platos listos para calentar… Su composición es el principal problema: exceso de azúcares, grasas de baja calidad, sal, harinas refinadas y una combinación de aditivos destinados a mejorar textura, color y sabor.
La evidencia científica es clara. En 2024 y 2025, varios metaanálisis y grandes cohortes han confirmado la asociación entre mayor consumo de ultraprocesados y mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, diabetes tipo 2, depresión, algunos tipos de cáncer y mayor mortalidad por cualquier causa.
¿Significa esto que un snack ocasional nos enferma? No. Lo que muestra la literatura es que cuando los ultraprocesados ocupan una parte importante de la dieta, desplazan opciones de mayor calidad nutricional y favorecen un patrón alimentario que pasa factura a largo plazo.
Además, no se trata solo de nutrientes. Suelen ser productos diseñados para que comamos más sin darnos cuenta: más rápidos de ingerir, más fáciles de masticar, más densos calóricamente y con una combinación de sabores que “hackea” nuestra respuesta de saciedad.
El otro lado: cuando la salud se convierte en prohibición
El problema aparece cuando convertimos este mensaje en una guerra santa contra cualquier alimento "no perfecto". La demonización ha hecho surgir dos movimientos paralelos:
- Propuestas de prohibición total o restricciones muy duras
- Dietas extremas que prometen pureza, desintoxicación o protección absoluta
Y ambos enfoques traen consecuencias no tan comentadas.
Las prohibiciones: más ruido que resultados
Países como México o Chile han endurecido la regulación, sobre todo con etiquetado frontal y restricciones en colegios. Y sí, estas medidas han demostrado cierto efecto positivo en la reducción del consumo de bebidas azucaradas y algunos ultraprocesados. Pero llevarlo más allá —hablo de prohibiciones totales o discursos demasiado punitivos— puede generar efectos no deseados:
- Mercados paralelos
- Estigmatización
- Desigualdad social
Las políticas públicas deben guiar, educar y facilitar, no solo prohibir.
El auge de las dietas extremas
Cada vez más personas se sienten presionadas a eliminar cualquier rastro de ultraprocesados. Y esto tiene riesgos:
- Ansiedad alimentaria
- Rebotes
- Pérdida de calidad de vida
- Falsa sensación de seguridad
El objetivo de una buena alimentación no es la perfección, es la coherencia sostenida.
Menos ultraprocesados y más soluciones reales
La parte importante del mensaje no debería ser "prohibido", sino "vamos a darle espacio a lo que sí suma". Porque cuando una persona llena su día a día de frutas, verduras, legumbres, frutos secos, aceite de oliva, pescado, huevos, lácteos y cereales integrales, el hueco para los ultraprocesados se reduce de manera natural.
Menos ruido, más criterio
Los ultraprocesados no son un invento del demonio, pero tampoco son inocentes. El problema aparece cuando ocupan demasiado espacio en la dieta y desplazan alimentos que sí cuidarán de nuestra salud a largo plazo. Sin embargo, caer en discursos prohibicionistas o en dietas extremas puede hacer más daño que bien.
La salud va de vivir mejor. Y vivir mejor implica flexibilidad, sentido común y una relación sana con la comida.
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