La Navidad llega cada año cargada de luces, reencuentros, mesas largas y platos que solo aparecen una vez al año. Y, sin embargo, para muchas personas también llega acompañada de una emoción menos amable: la culpa. Culpa por comer más, por repetir, por probar ese dulce que "no tocaba", por salirse de la rutina. Como nutricionista, y sobre todo como persona, creo que ya va siendo hora de revisar esa relación tan tensa que tenemos con la comida en estas fechas.

Porque la comida no es solo nutrientes. La comida también es memoria, cultura, afecto y celebración. Y la salud no se rompe por unos días diferentes, igual que tampoco se construye solo a base de perfección.

Uno de los grandes errores con los que llegamos a la Navidad es pensar en ella como una especie de examen final. Doce días en los que, si no controlas, "lo estropeas todo". Este planteamiento es injusto y, además, poco realista. Nuestro cuerpo no funciona con la lógica del castigo inmediato. Funciona con promedios, con hábitos mantenidos en el tiempo, con coherencia global. Lo que haces la mayor parte del año pesa mucho más que lo que ocurre entre Nochebuena y Reyes.

Por eso, el primer consejo es sencillo, aunque no siempre fácil: deja de vivir la Navidad como un paréntesis de culpa. No es un fallo del sistema, es parte de la vida. Comer diferente unos días no te convierte en alguien irresponsable con su salud.

Otro punto importante es entender que disfrutar no significa perder el control. Puedes comer de todo sin necesidad de comerlo todo. Parece una frase hecha, pero encierra mucha verdad. Elegir conscientemente qué te apetece más, saborearlo despacio y parar cuando estás satisfecho es una forma de autocuidado. No hace falta llegar al límite para sentir que has celebrado.

Aquí la velocidad juega un papel clave. En Navidad solemos comer rápido, hablando, brindando, picando sin darnos cuenta. El cuerpo necesita tiempo para enviar señales de saciedad. Comer más despacio, masticar bien y hacer pequeñas pausas no solo mejora la digestión, también reduce la sensación de haber comido en exceso. Y eso, curiosamente, disminuye mucho la culpa posterior.

También conviene revisar el lenguaje interno. Frases como "mañana empiezo a portarme bien" o "esto es un pecado" parecen inofensivas, pero refuerzan una relación muy rígida con la comida. No hay alimentos buenos o malos en términos morales. Hay contextos, cantidades y frecuencias. Un polvorón no es un enemigo. Es un polvorón. Y cuanto antes lo normalicemos, menos poder tendrá sobre nosotros.

Un consejo práctico es no llegar a las comidas navideñas con hambre extrema. Saltarse comidas previas "para compensar" suele tener el efecto contrario. Llegas con ansiedad, comes más rápido y pierdes la capacidad de elegir. Mantener una alimentación más o menos regular durante el día, aunque luego la comida principal sea más abundante, ayuda mucho a disfrutar sin descontrol.

Otro aspecto que olvidamos con frecuencia es el movimiento. No como castigo, sino como parte del bienestar. Pasear después de una comida, salir a dar una vuelta con la familia, jugar con los niños, bailar un rato en casa. El movimiento mejora la digestión, regula el apetito y, además, conecta con la parte más social y alegre de estas fechas. No todo es mesa y sofá.

Y si algún día comes de más, ocurre algo muy revolucionario: no pasa nada. No necesitas compensar, ni restringir, ni castigarte al día siguiente. Basta con volver a tu rutina habitual. El cuerpo agradece mucho más la calma que los bandazos constantes entre exceso y restricción.

La culpa, además, no mejora la alimentación. La empeora. Genera más ansiedad, más pensamientos obsesivos y más desconexión con las señales del cuerpo. Comer desde el disfrute consciente es mucho más saludable que comer “perfecto” desde el miedo.

La Navidad también es un buen momento para recordar que cuidarse no es hacerlo todo perfecto, sino tratarse con respeto. Elegir con cariño, escuchar al cuerpo y permitirse disfrutar sin reproches es una forma muy potente de salud.

Client Challenge

Quizá este año el mejor propósito no sea perder lo que se gana en Navidad, sino no perder la paz con la comida. Sentarte a la mesa, brindar, compartir y levantarte sin culpa. Porque una alimentación sana no debería robarnos la alegría, y menos aún en unas fechas que van, precisamente, de compartirla.