En alguna parte dejó dicho Hegel que una civilización no puede tomar conciencia de sí misma hasta que no ha madurado lo suficiente como para aproximarse a su muerte. A lo que habría que añadir que, por contra, existen civilizaciones que se pudren sin haber madurado antes. La civilización occidental es una muestra de ello, y en lo que respecta a España podemos afirmar que es un país que nunca tendrá conciencia de sí mismo, ya que se comporta como si no la necesitase. Lo estamos viviendo.

Desde que la pandemia empezó a arrasar a finales de invierno, y las autoridades decidieron limitar los movimientos de la población, se han ido produciendo brotes de rebeldía sin fundamento; pequeños estallidos avivados por la extrema derecha que, en los últimos días, han puesto de manifiesto la extrema necedad de los organizadores, así como de los seguidores.

Algún día, cuando se haga el relato de los sucesos, habrá que detallar el desfile de pijos ataviados con la bandera rojigualda por capa, la cacerola en una mano y el cucharón de plata en la otra, cuando no, el palo de golf. Pero el asunto no queda en el Barrio de Salamanca de Madrid, origen del brote rebelde. Porque el barullo de cacerolas, junto a la ridiculez de las capas rojigualdas, llegó hasta los barrios más humildes, lo que demuestra que los únicos que parecen tener "conciencia de clase" en esta revuelta son los ricos, los Cayetanos. Ellos quieren seguir saliendo de farra, meterse farlopa, alquilar putas y jugar al golf mientras el pueblo tiene que ponerse al lío, al currelo, para que el Capital circule y la economía no se colapse. Ese es el tema.

Ha habido gente de barrios humildes que se ha adherido a la revuelta de los Cayetanos como si también les fuera la vida en ello. Son la clase sin conciencia de clase, lo que Marx llamaría el lumpen o proletariado en harapos. Así los definió en la recopilación de artículos publicados en la revista Die Revolution y que, con el tiempo, se convirtieron en un librito esencial para comprender los motivos que impulsan a cada clase social a defender una postura u otra. Bajo el título de "El 18 Brumario de Luis Bonaparte" (Alianza), el bueno de Marx nos cuenta lo que subyace bajo la farsa del autogolpe de estado de Luis Napoleón Bonaparte con el que puso fin a la Segunda República Francesa. El París de las barricadas, el de la lucha de clases, es contado a la manera crítica por el hombre que nos enseñó a ver más allá de lo visible. Se trata de un libro apasionante, una narración donde no falta la mitología para contar un proceso histórico que, como todo proceso histórico, se repite en la historia; la primera vez como tragedia y la segunda como farsa.

Por no perder el sentido crítico que nos dejó Marx como legado, vamos a hacer una lectura intencionada a la revuelta de los Cayetanos. Resulta perverso, o eso parece, que las autoridades limiten los movimientos a la mayoría, pero que hagan oídos sordos a esa minoría armada con cacerolas y soflamas fascistas que apelan al derecho a manifestarse, llegando en su acción a no dejar escuchar las críticas fundadas al Gobierno. Sí.

Porque el Gobierno merece críticas por el manejo de esta pandemia. Una de ellas es la debilidad a la hora de expropiar camas a los hospitales privados. Que se sepa, hasta ahora, ninguna cama de los hospitales privados ha sido desposeída, es decir desmercantilizada. Se podría seguir la crítica con la burocratización de las medidas sociales, léase alquileres de viviendas o Ingreso Mínimo Vital. Luego están las necesidades de agua, luz, butano, derechos que se convierten en mercancías en manos de un capital privado y que, desde el "socialismo", no se han atrevido a nacionalizar. Podríamos seguir, pero claro, con el ruido de las cacerolas, la verdadera crítica no se percibe.

En definitiva, que la revuelta de los Cayetanos ha venido a salvar al Gobierno aunque la fenomenología haga creer lo contrario a los ojos de los más simples, aquellos que ven una bandera donde sólo hay un trapo. La posición ultra de los Cayetanos, con su vanguardia lumpenproletariado, ha afianzado a Pedro Sánchez en el Gobierno.

Si eres crítico con el Gobierno, puedes acabar acusado de terminar en el bando de los Cayetanos y, ante eso, mejor alinearse con Pedro Sánchez en esta farsa de guerra civil donde las checas y los paredones son los medios de comunicación, y el tiro de gracia es el despido.