Michel Foucault fue un filósofo capaz de desatascar el pensamiento y liberarlo de todo tipo de patologías. En su Historia de la sexualidad, nos explica que la sexualidad no se limita a ser un asunto del placer, sino que también se convierte en elemento de control del individuo en la sociedad moderna.

Siempre por delante de cualquier otro filósofo, Foucault planteaba que la búsqueda de placer se ha visto limitada por el vocabulario que nos han impuesto. En otra de sus obras más reconocidas, titulada Vigilar y castigar, analiza los mecanismos de los sistemas penales. Fue un filósofo peculiar cuya crítica histórica a la modernidad lo situó más allá de la etiqueta de filósofo posmoderno, llegándose a definir a sí mismo como un periodista cuyo pensamiento hunde sus raíces en Kant.

Foucault siempre fue un raro, además de por su pensamiento, por sus pintas. La cabeza rapada y un elegante desaliño a la hora de combinar la americana de solapón con el suéter de cuello alto lo hacían parecer distinto a todos los demás filósofos. Sus clases se abarrotaban como si en vez de un profesor fuese una estrella de rock; un rebelde que se subía al estrado a despotricar contra los intelectuales. Para Foucault, el intelectual siempre fue una especie de funcionario del que él se sentía muy lejano. Por decir no quede que sus observaciones acerca de la escena gay escocieron mucho en su día; señalaba que todo era más auténtico antes, cuando era de tapadillo. Estas cosas llevaron a Foucault a resultar un tipo incómodo, uno de esos pensadores que no dejan de ser una china en el zapato que pisa los grandes salones del poder.

Polémico y siempre dispuesto para la discusión, Foucault era un tipo cercano, tal y como se desprende del libro que acaba de salir publicado por Blackie Books titulado Foucault en California y donde el profesor Simon Wade cuenta su relación lisérgica con el filósofo en el Valle de la Muerte, cuando compartieron un tripi.

Era la primera vez que Foucault tomaba LSD y, según confesó a Simon Wade, el viaje de ácido fue la única cosa en la vida que se podía comparar a la sensación de tener sexo con un extraño; el contacto con un cuerpo desconocido ofrecía a Foucault una experiencia tan intensa como la que estaba viviendo con ayuda del tripi. El filósofo descubrió que el LSD es una droga mágica que altera nuestra conciencia y nos descubre la Verdad, así, con mayúsculas.

Ahora, que arranca nueva legislatura con un Gobierno de "alto perfil político" según palabras del presidente Pedro Sánchez, no estaría de más que tanto él como sus ministras y ministros experimentaran con LSD, sobre todo para que no perdieran el contacto con la realidad social y se dieran cuenta de que bajo el manto de las estrellas se esconde una Verdad que queda muy lejos de la falsedad de un sistema que convierte los placeres en mecanismos de control del individuo.

Pero, sobre todo lo demás, estaría bien que experimentaran con LSD para darse cuenta de que el poder es una sombra que también puede proyectarse de abajo hacia arriba, y que esa proyección depende, en gran medida, de un gobierno cercano al pueblo.