Existe una cierta confusión en Cataluña referente a los dos millones de separatistas convencidos. Las recientes declaraciones del flamante presidente de Societat Civil Catalana, Fernando Sánchez Costa, en las que se refería a que alguna cosa hay que hacer con ellos, han movido alfiles de polémica en las siempre turbias aguas de la política catalana. Todo ello se enmarca en un momento muy confuso en el que Sánchez no hace ascos a apoyarse en los protoetarras de Bildu para gobernar en Navarra e Iceta le guiña los dos ojos al separatismo encarnado en Esquerra; bien, no es solo el bailarín socialista, la nueva formación de La Lliga también hace gestos de cariño hacia los independentistas moderados.

Y uno se pregunta ¿existe tal cosa? ¿Hay posibilidad de redención en quienes se mostraron – y se muestran – partidarios de dar un golpe de estado y subvertir el orden constitucional? ¿Es posible atraer a todos esos votantes estelados de nuevo al orden constitucional, sin que ello suponga la menor cesión por parte de quienes lo defienden? Sentimos decirlo, pero la respuesta es negativa. No existe el menor propósito de enmienda en ellos, ni la tienen la menor intención de abjurar acerca de su objetivo final, que no es otro que desgajar una parte del territorio nacional en aras de una república que, visto lo visto, sería un auténtico desastre para la sociedad catalana, así como la instauración de un régimen totalitario dominado por una neo convergencia corrupta, supremacista, excluyente y clasista. Son décadas de calafatearlos en un proyecto de ingeniería social que les ha hecho creer en una quimérica Cataluña que nada tiene que ver con el resto de España, son décadas de adoctrinamiento en las escuelas, en TV3, en la política emanada desde Palau como para desintoxicarlos de una tacada. Añadamos que los placebos ya no sirven para nada, ni las mesas de diálogo ni de ningún otro tipo. Tenim pressa y ja no ens alimenten les engrunes son sus mots d’ordre y no hay más que hablar.

Porque no es enmienda postergar la proclamación de la independencia por tacticismo, como pretende Esquerra, ni lo es ampararse en un aplazamiento que no sería más que un simple lavado de cara de quienes se sienten superiores al resto de sus compatriotas. El problema de fondo es la ingenuidad de los que consideran el problema catalán como algo político y, por lo tanto, soluble con soluciones políticas. Esto ya no va de confrontar ideas. Esto va de la aplicación de la legalidad vigente, legalidad que nos ampara a todos y nos hace iguales. Subvertirla es atentar contra el principal elemento en cualquier sistema democrático, colocando a una parte de los ciudadanos catalanes por encima del resto, consagrando la desigualdad y, por tanto, la injusticia.

El catalanismo que, de buena fe, defienden los postulados de SCC y la Lliga solo ha servido históricamente como un peldaño más en la escalera que nos ha llevado hasta el momento presente. Al radicalismo separatista no se le puede contentar porque lo quiere todo, simple y llanamente, si no es hoy, para mañana. De ahí se desprende una consecuencia lógica: a los separatistas no hay que convencerlos de nada, puesto que su pensamiento es mágico y no atiende a la razón. Hay que enfrentarlos a la realidad y a lo que Europa y el mundo suponen.

Pensar lo contrario sería un gravísimo error político y de esos ya se han cometido bastantes como para seguir insistiendo en ese peligroso camino. La ley no debe ser materia negociable.