Pedro Sánchez no puede permitirse el lujo de tener a Pablo Iglesias en su gobierno. Lo ha dicho él. Así, sin paños calientes. Con una claridad aplastante inédita en la política actual. Lo dice aún sabiendo que necesita a Unidas Podemos y sus 42 diputados y diputadas para revalidar su cargo como del Presidente del Gobierno.
Quiere sus votos pero no a su líder. Y ha dicho más cosas en la entrevista con Antonio García Ferreras en Al Rojo Vivo, no se crean que se ha quedado ahí. Ha justificado su negativa asegurando que el líder de Unidas Podemos no defiende la democracia. Ahí es nada. El que era su socio preferente hace unos meses, hasta antesdeayer como quien dice, resulta que ahora no respeta la democracia. Pues sí que estamos bien.
El líder socialista no quiere a nadie en su Gobierno que hable de presos políticos, que pida indultos para los políticos catalanes o, resumiendo, no está dispuesto a compartir mesa en Moncloa con cualquiera que pueda causarle problemas y generar inestabilidad. Y está convencido que eso podría ocurrir con Pablo Iglesias como Ministro.
Pedro Sánchez quiere a su lado hombres y mujeres que asuman la hoja de ruta socialista con la capacidad de morderse la lengua en los temas espinosos. No hay espacio en Moncloa para ningún miembro de Unidas Podemos con un marcado perfil político. Ahora el veto es contra Iglesias pero todo apunta a que lo sería también contra Irene Montero si su nombre aparece en las conversaciones.
Pedro Sánchez sí está dispuesto a incluir en su Gobierno a miembros de Unidas Podemos que tengan un perfil más técnico y cualificado. Es decir, personas próximas a la formación morada, académicos o intelectuales, conocidos y aceptados por Iglesias pero sin una carrera política pegada a la de él. Lo que se me escapa es qué le hace pensar a Pedro Sánchez que estas personas no defenderán un referéndum en Cataluña o no utilizarán la expresión presos políticos. No sé si tendrá pensado que pasen un examen más exhaustivo que el que en su día hizo, por ejemplo, a Máxim Huerta.
El caso es que ambos, en público, dicen querer formar un gobierno de coalición. También aseguran, en público y en privado, que no habrá repetición electoral. Sánchez quiere hacerlo antes de 6 días. El jueves 25 en el Congreso tendrá lugar la segunda y definitiva votación de la primera investidura. Sánchez amenaza: "o es en julio o no será". Ya me dirán ustedes cómo se negocia algo con este nivel de enfrentamiento, con semejante retahíla de acusaciones y con la desconfianza que ambos líderes destilan hacia el otro.
Para empezar, Pablo Iglesias tendría que aceptar y asumir que pedro Sánchez no le quiere en el Gobierno. Y tendrá que decidir el precio de su renuncia a la Vicepresidencia social del Gobierno. Quizá desde anoche esté pensando qué pedirá a cambio. Cuántos y qué ministerios, qué políticas sociales poner en marcha. O quizás siga enrocado en que o él o nada.
Mientras Iglesias se decide y por lo que pueda pasar, Sánchez ya trabaja en el relato por si hay que repetir elecciones. Se está encargando de que cale la idea en la opinión pública de que el bloqueo es por culpa de Iglesias y sus intereses personales. Que solo le preocupan los sillones. También en el saco de las irresponsabilidades mete a Rivera y a Casado por no abstenerse para gobernar. Resumiendo, todos culpables menos él. Lo de buscar culpables está bien y ya nos hemos acostumbrado a que los políticos lo hagan. Pero puede que a Pedro Sánchez acabe pesándole más el riesgo a una abstención de sus votantes si vuelve a poner las urnas en marcha con el consecuente ascenso del bloque de la derecha.
Si las encuestas le dan la espalda es posible que vuelva a pensar que Pablo Iglesias es un gran defensor de la democracia, un leal hombre de Estado.