La semana pasada un diputado me comentó, en tono jocoso, que el acto para conmemorar el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 tenía solo un objetivo: fastidiar a Unidas Podemos. El comentario, sin duda, tiene mala baba y, seguramente, su señoría lo hizo sin ningún tipo de sustento o prueba fehaciente de que así fuera.

Pero lo cierto es que el 40 aniversario no ha podido llegar en peor momento para la coalición. ¿O quizás ha llegado en el mejor momento? Porque empieza a triunfar la teoría de que la bronca entre los socios les interesa a ambos. A Unidas Podemos para demostrar ante los suyos que no olvidan sus orígenes y que no cambian principios por poder. Y al PSOE para que conste que llevaba razón Pedro Sánchez cuando decía que no dormiría por las noches tranquilo con un Vicepresidente del Gobierno que no respetara la Constitución. Da la sensación de que a tan solo un año de firmar su pacto, los socios vuelven a estar en el relato. Una separación en gananciales que, a la vista de los resultados electorales en Cataluña, parece rentar a los dos.

El PSOE cosecha votos como partido de orden mientras Unidas Podemos retiene a sus votantes paseando su rebeldía.

El caso es que Felipe VI llegó ayer al Congreso en pleno revuelo por el encarcelamiento de Pablo Hasél y en medio de la batalla dentro de la coalición por las algaradas violentas de algunos manifestantes.

El rey fue recibido en la Carrera de San Jerónimo entre gritos de Viva España y Viva el Rey, pero tengo que decirles que muchos, la gran mayoría de los que gritaban, eran asesores y trabajadores de Vox que salieron de sus despachos para arropar al monarca.

Y él, rompiendo el protocolo, se acercó a agradecer el cariño mientras saludaba con la mano en el corazón pensando, quizá, que eran ciudadanos espontáneos.

Dentro del Congreso se siguió loando a la Constitución. Ante un Pablo Iglesias institucional, Felipe VI aseguró que en España "la gente de su generación ha vivido y disfrutado de la libertad en una democracia consolidada que debe seguir enriqueciéndose".

Seguía mirándole el Vicepresidente del Gobierno, falto de entusiasmo, cuando el Rey añadió que el día de ayer era una ocasión muy oportuna "para reafirmar y renovar el compromiso de todas las instituciones del Estado con nuestro sistema democrático de derechos y libertades". Todas las instituciones. Eso incluye al Poder Ejecutivo del que forma parte Pablo Iglesias.

Al terminar sus palabras, Felipe VI no recibió su aplauso pero sí los de los otros 28 invitados. Era de esperar esta actitud de Iglesias. Fuera, minutos antes del acto, reivindicó el espíritu republicano, animando a un cambio en el modelo de Estado.

El acto nunca fue bien visto por Unidas Podemos, les parecía inoportuno e innecesario salvo que sirviera para condenar el fascismo del régimen de Franco y el neofascismo actual de la extrema derecha. De su lado, otros ocho grupos parlamentarios nacionalistas e independentistas que también optaron ayer por ausentarse del acto. Entre sus argumentos está el rechazo al régimen del 78. También el PNV sumó a sus argumentos el hecho de que aún haya documentos del 23F sin desclasificar y ocultos para los españoles.

El Rey comió en el Congreso en una comida con Mertitxel Batet como anfitriona. A la mesa se sentaron 10 comensales. Entre ellos Pedro Sánchez y Pablo Casado, así como el presidente del Consejo General del Poder Judicial, órgano que debe ser renovado previo acuerdo de los dos hombres con los que compartía mantel. La comida fue preparada en las cocinas de la cámara baja, como siempre que hay invitados, y duró casi dos horas. Acabó un poco antes de que a las 4 de la tarde empezara un pleno en el que, entre otras cosas, se debatió sobre la inviolabilidad de la monarquía. Y la realidad se impuso. Para esa hora, Iglesias y los suyos ya se habían quitado el traje institucional, defendiendo una vez más acabar con la impunidad de la que goza el Jefe del Estado para que "no tenga patente para delinquir".

Al PSOE varios grupos le acusaron de abanderar un falso republicanismo recordando que el propio Sánchez se había declarado republicano por tradición familiar y que había defendido, incluso, reformar la inviolabilidad de la Casa Real. Bildu aseguró que el republicanismo del PSOE es "como ser vegano pero comer un buen chuletón". Así que la solemnidad del acto conmemorativo solo sirvió para ofrecer media hora de paréntesis. Hoy todo sigue igual. Un Gobierno dividido y un PSOE que se acerca al PP para renovar las Instituciones del Estado que deben defender la democracia y la Constitución. Es posible que estemos ante un nuevo tiempo en las relaciones entre populares y socialistas. Pasadas las elecciones catalanas, ninguno tiene nada que perder por quererse un poco. A ellos sí les conviene ser partidos de orden y de Estado.