"De esto saldremos mejores" es el mantra de estos días de encierro, que no de confinamiento, que, según el diccionario de la Real Academia, es la "pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente en libertad en un lugar distinto al de su domicilio". Desde las redes, los medios de información y los discursos elaborados por gurús de la comunicación política nos llega permanentemente ese bombardeo de optimismo en un intento, malintencionado o no, de tapar con ese buenrollismo la magnitud de la tragedia y los más de 15.000 ataúdes que preferimos no ver.

Más de medio siglo vivido, más de tres décadas de profesión, siendo testigo de horrores y tragedias, y muchas lecturas en la mochila me han hecho muy escéptico ante estas promesas. Por eso tengo la certeza de que de esta crisis sanitaria no saldremos mejores. Saldremos igual, pero con miles de personas menos. Las catástrofes nunca han servido en España para hacernos mejores. Madrid, la ciudad más castigada por la pandemia, también fue el escenario del mayor atentado terrorista en suelo europeo. Y los malos –los políticos– se dedicaron a mentir o a utilizar a las víctimas para sus fines, mientras que los buenos –una gran parte de la ciudadanía– acudían en masa a donar sangre y a ofrecer cualquier ayuda para paliar el dolor de la masacre. Los políticos siguieron muchos años después retorciendo los hechos y mintiendo, jaleados por medios afines, mientras los buenos –en este caso la Policía y los servidores de la Justicia– detenían, juzgaban y condenaban a los responsables de los atentados. El 11M solo sirvió para cavar profundas trincheras desde las que seguir disparando al oponente, sin ni siquiera respetar el dolor de las víctimas.

La crisis sanitaria actual también está sirviendo para formar trincheras. Y estas son mucho más profundas que las de hace dieciséis años. Se han trazado líneas que dividen hasta a los profesionales sanitarios, como si el distintivo de un hospital privado en la bata haga peor médico a quien lo lleva. La política tiene nuevos actores para los que esa polarización es su principal sustento: partidos que plantean soluciones simples a problemas tan complejos como la pandemia y que lanzan mensajes de sencilla digestión para sus acólitos, que los devoran en las redes y en los medios afines y que se arman con ellos para parapetarse en la trinchera que corresponda.

Pese a mi escepticismo, creo que la mayoría de la sociedad estamos en esas zonas grises que parecen haber olvidado los políticos. Unas zonas en las que hay pocas verdades absolutas y en las que uno se cuestiona permanentemente los mensajes que llegan desde las trincheras. En esa zona gris en la que yo vivo una de las pocas certezas es que los malos seguirán siendo malos y que los héroes de esta crisis lo seguirán siendo cuando la pandemia sea recordada tan solo por los que sufrieron una pérdida. Los militares seguirán acudiendo donde se los necesite y hasta donde no se los quiere. Policías y guardias civiles seguirán sirviendo a los ciudadanos, porque está en su ADN. Los sanitarios combatirán otras enfermedades o, sencillamente, cuidarán de sus pacientes porque así ha sido siempre. Los que hoy son detenidos por violar el estado de alarma seguirán moviéndose al otro lado de la ley y los representantes públicos seguirán cavando trincheras. No saldremos mejores. Saldremos igual.