Yo también los olvido. Muchas veces los he olvidado, hoy los sigo olvidando y sospecho que en los años que me quedan en el oficio los seguiré olvidando, aunque prometo hacer un esfuerzo para evitarlo. Así que pido perdón desde las primeras palabras de este texto porque yo he caído muchas veces en lo que denuncio en estas líneas. He pasado esta semana unos cuantos días en las provincias de Zaragoza y Teruel, gracias a la organización del Festival Aragón Negro, que me ha invitado a hablar en varios pueblos de crímenes reales y de periodismo de sucesos, una oportunidad magnífica de entrar en contacto y compartir puntos de vista con hombres y mujeres de lugares que moran eso que tan brillantemente Sergio del Molino bautizó como la España vacía, un término que los políticos manipulan ahora hasta la náusea. En la provincia de Teruel sigue muy presente, sobre todo ahora que se ha sentado por primera vez en el banquillo, la figura de Norbert Feher, más conocido como Igor el Ruso, pese a que no se llama Igor y es de nacionalidad serbia.

Feher asesinó a tres personas en diciembre de 2017 en la localidad turolense de Andorra: el ganadero José Luis Iranzo y los guardias civiles Víctor Jesús Caballero y Jesús Romero. Les confieso que he buscado los nombres de las víctimas, que los había olvidado, si es que alguna vez los aprendí. Sin embargo, no he olvidado la grafía del apellido Feher. Y esos son los nombres que olvidamos, a los que hago referencia en el título de este texto. Lo hacemos los periodistas y, por consiguiente, el público, que recibe nuestra información. Sabemos de Igor el Ruso que mató en Italia a dos personas, que allí ha sido condenado a cadena perpetua, conocemos la prisión en la que está, hasta la vida que lleva entre rejas, pero apenas nos hemos ocupado de las víctimas. Cuando alguien mata a una persona –la cita es de Sin Perdón, la película de Clint Eastwood–, no solo mata lo que es esa persona, sino lo que puede llegar a ser. Nunca nos hemos preocupado de saber qué podían haber llegado a ser las víctimas de Feher. Solo la prensa local, ese último bastión del periodismo puro –ese que se limita a ir a los sitios y contar las cosas, sin ánimo de cambiar el mundo ni ondear banderas–, se ocupó en profundidad de las víctimas de Igor el Ruso.

La atracción por el mal y por los malvados hace que en demasiadas ocasiones la figura de los criminales se agigante y logre difuminar a sus víctimas, que pasan a ser poco más que guarismos. José Antonio Rodríguez Vega, el asesino de ancianas de Santander; Joan Vila, el celador de Olot; Francisco García Escalero, el 'matamendigos'; Alfredo Galán, el asesino de la baraja; y Joaquín Ferrándiz, el asesino de mujeres de Castellón, son los peores criminales seriales de España. Entre los cinco suman 49 víctimas, de las que yo soy capaz de recordar los nombres de menos de diez. Y de las que he escrito o contado muchos menos detalles que lo que he hecho con sus verdugos.

En los últimos tiempos –será por la edad o por los años de oficio– he hecho propósito de enmienda y en el desempeño de mi trabajo trato de poner el foco en las víctimas. La sensibilización con ellas debe seguir los modelos que hace tiempo rigen en otra clase de delitos, como la violencia machista. Hasta que Ana Orantes no murió asesinada, estas víctimas eran solo números y en el terrorismo pasó algo similar cuando ETA decidió poner en su punto de mira a políticos. ¿O alguien se acuerda del nombre de alguno de los guardias civiles, policías o militares que mató ETA o incluso de aquellos que hizo pasar por traficantes de droga para justificar su muerte?

Esta semana comienza en Barcelona un juicio que se promete apasionante, el del crimen de la Guardia Urbana. Se sientan en el banquillo Albert López y Rosa Peral y tras el asesinato hay un triángulo apasionante de amor y muerte. La personalidad de Rosa ha eclipsado todo el proceso. Pero no lo olviden: se juzga el asesinato de un hombre. Se llamaba Pedro Rodríguez. Es de los que no he olvidado.