Quienes portan una placa, llevan un uniforme y tienen la legitimidad del uso de la fuerza, según nuestro ordenamiento jurídico, saben que la ejemplaridad debe regir sus comportamientos. Un policía no es un ciudadano más; es alguien a quien el Estado autoriza a emplear la violencia y la fuerza si así lo exigen sus intervenciones, alguien que tiene el derecho a llevar y a utilizar, en caso necesario, un arma. Todos esos derechos van –y así debe ser– acompañados de unos cánones de actuación muy superiores a los del resto de la ciudadanía. He visto durante los últimos treinta y dos años prometedoras carreras de policías que se han ido al traste por conducir con una copa de más, por una denuncia de violencia machista o de acoso sexual en el trabajo.

Con este nivel de exigencia, que todo policía conoce desde el mismo momento en el que jura su cargo, resulta aún más incomprensible y censurable el comportamiento del subinspector y del policía de la comisaría de Linares (Jaén). Los dos dieron una brutal paliza a un hombre y agredieron a la hija de éste por motivos no aclarados, pero que en ningún caso justificarían su comportamiento. Si atentar contra un policía está agravado en el Código Penal, que un policía actúe de esa manera también debe tener un plus de reproche penal. Y más cuando quienes lo hacen están fuera de servicio. La violencia siempre es reprochable, pero lo es aún más cuando la ejerce de forma desproporcionada quien tiene la potestad para ejercerla cuando procede.

Los dos agentes fueron detenidos por sus compañeros de la Policía Nacional, que también instruyeron el atestado que sirvió al juez para enviarlos a prisión provisional. Desde la Dirección General de la Policía se lanzó un comunicado que, aunque obvio, era necesario: nada tiene que ver el comportamiento de esos dos policías con la labor diaria de casi 70.000 agentes que sirven a los ciudadanos en toda España.

Los dos agentes encarcelados se enfrentan a las consecuencias penales de sus actos y a un expediente disciplinario, porque los mecanismos de control en la Policía así lo establecen. Serán la justicia y el departamento de régimen disciplinario quienes marquen el futuro de sus destinos. Por eso precisamente no parecen muy oportunos los disturbios acaecidos en Linares tras la detención de los agentes, que se saldaron con varios detenidos. La quema de contenedores y otros destrozos no tienen justificación: en Linares dos policías fuera de servicio propinaron una paliza a un hombre en presencia de su hija. No fue una actuación policial, sino la actuación de dos policías.

Al calor de Linares hay quienes aprovechan para hace demagogia o para ampliar el foco de la sospecha a toda la Policía Nacional, aunque sea a costa de gruesas mentiras. Ejemplo de lo primero fue el incontinente Gabriel Rufián, que escribió en su cuenta de Twitter: "La diferencia entre lo de Altsasu y Linares es que esta vez un padre y su hija han tenido la suerte de que todo se grabara. Y de que fuera en Linares". Comparar a los dos agentes de Linares con los dos guardias civiles y sus novias salvajemente agredidos en esa localidad navarra es un insulto a la inteligencia y un desvarío. Y el ejemplo de monumental bulo destinado a desprestigiar a la Policía lo soltó Ramoncín en 'Liarla Pardo': "En Madrid es habitual ver a parejas de policías, en zonas donde no se les puede ver mucho, deteniendo a los chicos por cómo van vestidos". Minutos después de que el cantante pronunciase esas rotundas palabras, varios policías me llamaron interesándose por esas zonas de sombra de las calles de Madrid, donde se pueden realizar detenciones ilegales impunemente. A todos les dije que llamasen a declarar a Ramoncín, que estará encantado de facilitar esa información.