"Ella, en ese momento se encontraba a escasos metros de todos los procesados, quienes observaron su estado lamentable: acurrucada en el suelo, completamente aturdida y con un miedo intenso al encontrarse en una nave abandonada, rodeada de al menos seis hombres desconocidos, tras haber sido ya víctima de una primera violación, hasta el punto de que no pudo evitar orinarse encima".

"Entró en la habitación el procesado Mohamed Alibos, quien, con idéntico ánimo libidinoso, tumbó hacia arriba a la señora xxx en el sofá, se colocó encima y la penetró vaginalmente; luego la puso boca abajo e introdujo su pene en su ano, si bien ante los gritos de dolor de la señora xxx desistió de continuar con la penetración anal. Ello no obstante, la sentó, la agarró de la cabeza y le obligó a practicarle una felación. Todo ello, mientras ella no paraba de llorar y de pedir al procesado que parase".

"Durante los hechos narrados en los párrafos anteriores, la señora xxx en ningún momento prestó consentimiento a las prácticas sexuales descritas, antes bien, se encontraba en estado de shock, temblando y temiendo por su vida e integridad física".

Estas 191 palabras forman parte del escrito de acusación del fiscal de la Audiencia de Barcelona Eduardo Gutiérrez, el mismo que la semana pasada fue cuestionado por su interrogatorio a la víctima de los cuatro individuos que se sientan en el banquillo, acusados de una agresión sexual múltiple en Sabadell. Esas 191 palabras son parte de la versión de los hechos que el representante del Ministerio Público quiere acreditar ante el tribunal para asegurarse de que los procesados sean condenados a las penas que él pide y que llegan a los cuarenta años de prisión. Si alguien cree que este escrito –al que se adhirió en todos sus términos el abogado de la mujer agredida, Jorge Albertini– cuestiona la versión de la víctima sobre los hechos estaría haciendo el ridículo. Pero, claro, hay que tomarse la molestia de leer el documento, un esfuerzo que no han hecho la mayor parte de los periodistas, las feministas y otras voces que, eso sí, tienen el gatillo fácil para linchar al fiscal en las redes sociales. Más grave es que la fiscal delegada de violencia de género, Pilar Martín, también se suba al carro de las críticas, afeando a Eduardo Gutiérrez su "falta de sensibilidad y empatía" durante el interrogatorio.

La sala de un tribunal no es un lugar para los mimos. Es un sitio en el se sientan en el banquillo personas que se juegan largas condenas. Y para amarrar esas penas en un caso de agresión sexual, en el que la principal prueba de cargo es el testimonio de la víctima, el acusador debe procurar que la declaración del perjudicado sea creíble, carezca de intereses espurios, no presente contradicciones, tenga persistencia en la incriminación y, si puede ser, se apoye en pruebas periféricas. Así lo dice la jurisprudencia y es exactamente eso lo que buscaba el fiscal –que ha llevado el procedimiento desde sus inicios y, por tanto, estuvo presente en las declaraciones anteriores de la víctima– con las preguntas que tantas sensibilidades han herido: "¿Está segura de eso?, ¿pidió ayuda en algún momento?, ¿intentó escapar?, ¿recuerda qué llevaba puesto?, ¿eyaculó su agresor?, ¿llevaba preservativo?". La víctima se mantuvo firme, respondió con seguridad y apuntaló así la acusación del fiscal, tal y como lo remarcó él mismo a la hora de las conclusiones.

La finísima piel de una sociedad en la que mucha gente se levanta cada mañana en busca de algo que le ofenda no puede alcanzar a los procesos penales. Un tribunal es y debe seguir siendo un sitio muy serio, libre del alboroto de las redes sociales, un lugar en el que cada uno haga su trabajo, tal y como hizo el fiscal, al que el estatuto de su profesión le otorga la condición de defensor de la legalidad, no de Mister Wonderful o de oso amoroso.