Todo ocurrió en un despacho de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, en una de las salas de los grupos de Homicidios. El jefe de sección, un madero curtido en mil batallas y en mil y un crímenes, se sentó frente al detenido, Alberto, de 26 años. Habían pasado pocos minutos desde que había sido arrestado en su casa del madrileño barrio de Ventas, después de que abriese la puerta a la Policía y contase a los agentes que preguntaban por su madre que la mujer estaba muerta dentro de la casa. Muerta y descuartizada.

- ¿Qué le hiciste?

- La maté. Estaba fregando los platos y la maté, la estrangulé.

- ¿Por qué?

- No me daba dinero, hacía mucho ruido con los muebles…

- ¿Y después?

- La descuarticé. La llevé a su cama…

El jefe de Homicidios entendió inmediatamente que aquel era "un crimen sin historia", tal y como se refería el doctor José Antonio García Andrade, el más eminente de nuestros médicos forenses, a los crímenes cometidos por enfermos mentales. No había investigación, no había móvil, no había historia. Alberto era un enfermo, un grave enfermo, en el que el alcohol y las drogas que consumía, junto a su patología, desencadenaron la tormenta perfecta que acabó con su madre asesinada y partida en decenas de pedazos repartidos por la casa.

El doctor García Andrade, fallecido hace años, no ejerció su oficio en la era del click-bait, de la guerra entre los medios por obtener más clicks. Le habría horrorizado leer titulares como 'El caníbal de Ventas', 'Su perro y él se comieron a su madre', 'Cocinó a la mujer', mientras los medios acumulaban clicks y los SEO (los expertos en posicionar las webs para que los buscadores las pongan en lugares preferentes) salivaban buscando titulares con los que superarse.

Hasta los responsables del Ministerio del Interior vieron un filón en la historia de Alberto para ganar clicks: desde las cuentas oficiales se difundió un vídeo de la llegada del detenido a la Brigada de Policía Judicial y se dieron datos tan escabrosos como que el arrestado había guardado restos de su madre en varios táper. Mientras, los agentes del Grupo de Homicidios, los que miran a los monstruos cara a cara a diario y se enfrentan a investigaciones complejísimas, cerraban en un santiamén este crimen sin historia.

Nadie –tampoco nosotros, en La Sexta- quiso ahondar en la tragedia que esconde este crimen y que poco tiene que ver con el canibalismo de Alberto. Es la tragedia que viven miles de familias, a las que la Administración ha dejado al cuidado de graves enfermos mentales desde que hace más de 30 años se cerrasen los manicomios, en cumplimiento con lo establecido por la Ley General de Sanidad. El cierre de los siniestros establecimientos psiquiátricos era, probablemente, necesario, pero desde entonces ninguna administración ha dado una alternativa a las familias de los enfermos mentales.

Padres, madres y otros familiares son los encargados de que un enfermo de esquizofrenia tome la medicación que evita que se convierta en una bomba de relojería. La historia reciente del crimen está jalonada de enfermos mentales que mataron en pleno brote y cuyas familias nada pudieron hacer para evitarlo, en el mejor de los casos, o fueron sus víctimas: Noelia de Mingo –asesinó a tres personas en el hospital de Madrid en el que trabajaba-; Angelo Caratenutto –decapitó a su madre y paseó su cabeza por Santomera (Murcia) enseñándosela a todo el que se cruzaba con él-; Francisco García Escalero –mató a once mendigos en Madrid-… Todos ellos mataron sin saber lo que estaban haciendo, mataron devorados por una enfermedad mental, cometieron crímenes sin historia, una historia que sí tenían sus males, y fueron abandonados por la sociedad y la Administración. A ellos y a sus familias.

Mientras el jefe de Homicidios cerraba el atestado y ponía a disposición del juez a Alberto, a esas horas ya bautizado como 'El caníbal de Ventas', el hermano del asesino pedía explicaciones al policía por los terribles detalles que la prensa estaba dando sobre el crimen de su hermano y que no podían tener otro origen que la propia Policía. El madero, un tipo lleno de empatía, no pudo o no quiso responder y lo único que pudo hacer fue escuchar de nuevo la historia de Alberto, su enfermedad mental, su adicción a las drogas… Al acabar, volvió a ponerse a trabajar en otros crímenes, llenos de historia, de matices, de misterio, pero que no dan clicks.