El fiscal Félix Martín tiene un permanente gesto distraído, al que ayuda su miopía, y un aire de aplicado opositor. Su verbo es impecable y su tono en sala jamás rebasa las fronteras de la buena educación. Esa envoltura esconde a un fiscal implacable y a un interrogador impío. Félix Martín, el representante del Ministerio Público en el crimen de la Guardia Urbana, pasó más de seis horas interrogando a Rosa Peral, para la que solicita veinticinco años de prisión por el asesinato del que entonces era su pareja, Pedro Rodríguez. El fiscal, que está en el caso desde el levantamiento de lo que quedaba del cadáver de Pedro –completamente calcinado en el interior de su coche–, demostró conocer cada una de las páginas del sumario, cada correo electrónico, cada llamada, cada mensaje de WhatsApp…

Probablemente, Rosa Peral sea una de las pocas personas en el mundo preparadas para aguantar un interrogatorio como el vivido durante dos jornadas en la Audiencia de Barcelona. La agente de la Guardia Urbana –cuerpo al que también pertenecían la víctima y el otro acusado– respondió sin titubeos a todas y cada una de las preguntas del fiscal, que trataba de demoler lo que para él, la acusación particular y la defensa del otro procesado, Albert López, no son más que una sarta de mentiras para eludir su responsabilidad en la muerte de Pedro y culpar a Albert. Rosa, sabedora, de que se ha convertido en el paradigma de mujer fatal, se presentó en el juicio despojada de cualquier carga sexual: zapato plano, pendientes de perlitas, pantalón y chaqueta. Jamás habló de relaciones sexuales –solo sentimentales–, se mostró ante el jurado como una mujer absolutamente enamorada y entregada Pedro Rodríguez, una madre ejemplar, dispuesta a proteger a sus hijas por encima de todo, y como una víctima de Albert López, un ogro ciego de celos y enfermo de odio hacia la víctima. El duelo entre fiscal y acusada fue uno de los más duros que recuerdan las centenarias paredes del monumental Palau de Justicia de Barcelona. El silencio del público presente en la sala era la prueba de la gravedad del momento.

Los correos electrónicos, los chats, los mensajes repetidos una y mil veces en estos dos meses de sesiones y las declaraciones de medio centenar de testigos han arrojado un enorme foco de luz sobre la vida de Rosa Peral y Albert López, sobre sus relaciones y hasta sobre su forma de quererse y de odiarse. Pero el jurado solo tendrá que decidir sobre lo ocurrido en la noche del 1 de mayo de 2017 y sobre eso, las pruebas son muy escasas. Como ha escrito mi colega Carlos Quílez, el jurado popular deberá establecer la verdad judicial del caso, que no tiene que coincidir necesariamente con la verdad. Esa solo la conocen Albert López y Rosa Peral, a la que ni casi siete horas de feroz interrogatorio sirvieron para doblegarla y que reconociese, tal y como cree el fiscal, que el crimen de Pedro fue "una diabólica y perversa prueba de amor". Veremos si Albert quiere contar su verdad o la verdad.