En todos estos años dedicados a la información de sucesos, he aprendido una regla infalible para detectar a buenos mandos, ya sean policías, guardias civiles o de cualquier otro cuerpo armado. Son aquellos de los que hablan bien todos los que han compartido trinchera con ellos o los que han estado bajo su mando. Conozco a unos cuantos. Tipos que se han partido la cara por su gente, por los de abajo, y que no han dudado en enfrentarse con sus superiores para defender el trabajo de los suyos. En todos ellos hay un denominador común: saben lo que es la calle y es rara la vez en la que ordenan a sus subordinados hacer algo que ellos no hayan hecho antes o que no sean capaces de hacer. Luis Esteban Lezáun, actual comisario provincial de Salamanca, es uno de estos mandos.

Nacido en Zaragoza hace 47 años, Esteban es un policía de acción con divisas de comisario en sus hombros y un despacho en el que se revuelve como un león enjaulado que añora sus más de diez años al mando del GOES (Grupo de Operaciones Especiales) de Barcelona. El primero en tirar una puerta abajo o en ponerse en la línea de tiro de un delincuente al que engrilletar. Así era Luis Esteban antes de ser comisario. Con el ascenso llegaron dos puestos de rodaje –Manacor y Huelva- y en junio de 2017 se puso al frente de la comisaría de Algeciras (Cádiz), en un momento en el que daba la impresión de que los narcos pretendían doblar el pulso al Estado a base de arrollar agentes o rescatar a traficantes asaltando hospitales. El comisario Esteban y sus policías dejaron claro desde el primer día que la bahía de Algeciras, sus playas y sus calles no iban a ser islas a las que no llegase el estado de derecho. Golpearon duro a los traficantes en operaciones en las que era frecuente ver al propio Esteban al frente de los suyos, incluso pistola en mano, y devolvieron cierta normalidad a un rincón de España en el que nunca nada es normal del todo.

Luis Esteban pasó año y medio en la comisaría de Algeciras, hasta su nombramiento, en enero de 2019, como comisario provincial de Salamanca. Su estancia en el Estrecho le sirvió para afianzar sus credenciales de buen jefe y para acumular material con el que construir su nueva novela, Moroloco, publicada por Suma de Editores. Esteban es policía, licenciado en Derecho y ha escrito ya cuatro novelas, de las que solo he leído la última, todo un tratado del narcotráfico en el Estrecho.

Moroloco está protagonizada por un poderosísimo narco –apodado como el título del libro- y por el comisario Zabalza, un fatigas, alguien empeñado hasta las trancas en la cruzada contra el narcotráfico. Los dos mantienen un pulso que por momentos recuerda a los western o al duelo que protagonizan el agente de la DEA Art Keller y el narco Adán Barrera en la trilogía de Don Winslow. Por el libro de Esteban pasan también yihadistas, dos hermanos narcos con una nada casual semejanza a los Castaña, delincuentes dedicados a los vuelcos (robos de droga a traficantes), confidentes, guardias civiles corruptos… Y toda la fauna humana que participa en el trafiqueo: puntos, braceros, guarderos, lancheros…

En las más de 500 páginas de Moroloco la acción solo decae para dar cabida a las reflexiones de los dos protagonistas y a las contradicciones a las que se enfrentan dos hombres situados en los dos extremos de la legalidad, pero mucho más cercanos de lo que parecen. Pero más allá de la lectura de una novela de acción, el libro de Esteban también se lee como un perfecto retrato de lo que ocurre en nuestra frontera sur y como un tratado completo –con glosario incluido- del tráfico de drogas. Aunque, como advierte el autor al inicio, “todos los hechos descritos son producto de mi imaginación. El contexto, sin embargo, está inspirado en la realidad”. Y Esteban cuenta el contexto del Estrecho como nadie lo había hecho hasta ahora.