El silencio de las madres es la mayor trampa en la que pudimos caer. Calladas por la dichosa culpa que nos hace sentir "malas madres" constantemente. Empujadas por una sociedad que nos invita a renunciar cuando llega la maternidad.

Nos cuesta confesarnos Malasmadres sin usar el tono irónico, justificarnos o arrepentirnos. Porque la sociedad sigue premiando a las madres sacrificadas, que anteponen a sus hijos e hijas por delante de su propia voluntad, que ocultan sus deseos y placeres más íntimos por vergüenza o por ser rechazadas por el grupo.

Y día a día vamos perpetuando el modelo de madre perfecta, que ya no solo vive en nuestra conciencia, sino también en las nuevas formas de comunicarnos. Ayer entré en Instagram, hice scroll por la pantalla, disfrutando de los outfits de las egobloggers de moda, admirando las casas de las familias de revista y envidiando las escapadas a Indonesia de los famosos en plena sexta ola. Por un momento mi mente viajó a esos lugares, probó esos platos exóticos y se dejo acariciar por la arena blanca, tomando una deliciosa piña colada. Al minuto un "mamá" desesperado de la pequeña me volvió a la realidad. Eran las 8 de la tarde, su hora de cenar, ni un minuto más ni un minuto menos y yo estaba con el cesto de la ropa mojada por tender.

- Niño, ¡¡¡la niña tiene hambre!!! Grité desde la terraza, mientras apagaba de un plumazo mis ensoñaciones caribeñas.

Hay días que una se organiza mejor y otros peor. Mientras tendía con la pantalla del móvil aún encendida, me visualicé contando mis pensamientos en voz alta en un directo, mientras tendía, la niña gritaba y el padre se desquiciaba preparando la cena. No hice un directo por dignidad, pero me hice un selfie y reflexioné:

¿Cómo vamos a conseguir que se reconozca social y económicamente la maternidad si la ocultamos? Cerramos la puerta de casa y lidiamos con los trapos sucios, los pepinos pochos en la nevera, los gritos a todas horas, la montaña de ropa sin planchar y el colecho por supervivencia.

Si no mostramos la realidad, el trabajo invisible que cargamos, mayoritariamente las mujeres, no existe, es invisible a los ojos de una sociedad que lo oculta y lo convierte en feo, en vergüenza, en privado. "Es tu responsabilidad personal y única". No se trata de quitarnos nuestra responsabilidad, pero se trata de que el sistema no ignore la realidad social de las madres. Porque lo que vivimos en los hogares tiene que ser público y político para que se diseñe un nuevo modelo social y laboral, que permita a las mujeres no abandonar la esfera pública cuando llega la maternidad.

'Madres', de Jacqueline Rose es un ensayo de crueldad y amor, describe, sobre el papel de la mujer madre a lo largo de la historia. Desde la Antigua Grecia, donde la mujer más allá de tener libertad, no perdía su status de la vida pública al ser madre, hasta la actualidad, donde otorgadas con el poder de ser madres trabajadoras pluscuamperfectas agotadas hasta el extremo somos cómplices de un silencio. Como decía Melisa Benn unos años antes "encerradas en un silencio nuevo... Sabemos lo que hacemos, pero no hablamos de ello en público" o no lo suficiente o no al exterior, a la sociedad, a las instituciones, a las políticas públicas, para que entiendan que una madre cualquiera lo tiene muy complicado hoy en día si quiere tener "una habitación propia", tener hijos (más de uno), llegar a final de mes, cumplir con objetivos, tener las cenas a punto (dignas de Instagram), el pelo sin canas, la ropa tendida, los cristales limpios, las rayas de los azulejos blancas, las camisetas planchadas, las hijas haciendo ballet o fútbol, los armarios cambiados, el parque explorado, las piernas depiladas, los pies hidratados, las uñas cortadas, la meditación hecha y para colmo el sexo con su pareja, si la tiene.

Es materialmente imposible. Rompamos el silencio sin culparnos, sin juzgarnos y sin sentirnos que no somos válidas ante el modelo de mujer y madre que al sistema le interesa mantener por los siglos de los siglos. Amén.