"Sin madres no hay futuro", retumba en mi pecho leyendo las 1.000 cartas de renuncia de las madres de España que le llevé el pasado 14 de febrero a la ministra de Igualdad para pedirle un compromiso con las madres y con la conciliación en este país, que envejece sin freno. Que no existiría el futuro si las mujeres no pariéramos, no nos partiéramos en dos, no transformáramos nuestro cuerpo para dar vida, parece algo tan sencillo, tan visible, pero al mismo tiempo duele profundo porque parece que no se ve, que no nos ven o al menos no lo suficiente. Estamos en una sociedad que niega el futuro a las madres y en esta contradicción me pierdo, como se pierde la identidad de las mujeres cuando llega el tsunami maternal y te dicen que "ya no vales", que "cómo lo vas a hacer", que quizás "mejor tómate un tiempo" o "busca otro camino, es por ti".

Pero el tema está en por qué nos dicen esto. ¿Por qué? Pues porque los que pueden cambiar las cosas no están dispuestos a ceder terreno a las madres, a los cuidados, no quieren dejar paso a la vida y reconocer lo que de verdad importa. Eso sería arriesgado, los llevaría a perder privilegios y a cambiar el orden de lo establecido.

Hemos aceptado las reglas no escritas de la maternidad, que nos empujan a la renuncia, a la excedencia, a la soledad, al silencio, a la aceptación, al "no te puedes quejar", al "vosotras lo queréis todo y no puede ser", al "tienes que elegir" y al peor de todos los mandatorios aceptados: "Entonces, para qué has sido madre".

Y cuando te lo sueltan, agachas la cabeza, suspiras y te sientes egoísta, Malamadre e injusta. Sientes que algo falla en ti por no querer pasar por el redil por donde todas tuvieron que pasar. Sientes que estás sola. Sientes hasta que quizás te equivocaste por pensar que esa empresa, ese trabajo donde demostraste mucho, donde te dejaste la piel, era un lugar seguro. Después de tanto tiempo no te dejarían a un lado, pero te dejan, a veces de frente, sin paños calientes, a veces de manera silenciosa y te van apartando. Y cuando sigues hablando de ello te das cuenta de que la herida no se cierra y vuelves a sentirte mal, pequeña, egoísta. "¿No eres capaz de pasar página, de olvidar?". Pues no.

No pasemos página. No aceptemos. No cerremos heridas, revolvámonos con el dolor como bandera. Porque ese dolor nos mueve, nos impulsa y le da sentido a todo. Y el dolor de todas las renuncias juntas es capaz de cambiar la realidad, de mover los cimientos del sistema y de decir "se acabó". Porque creo firmemente que las madres necesitamos un "se acabó" que nos haga alzar la voz, poner límites, denunciar injusticias, acabar con los silencios cómplices y con el poder que les da nuestro miedo a quedarnos en la calle, a perder más, a sufrir un coste mayor.

¿Quién cuida a las madres? Nadie.

¿Cómo nos sentimos las madres? Solas. Agotadas. Sin tiempo.

Así que recordemos que "sin madres no hay futuro" y que esta tiene que ser nuestra revolución. Únete contestando en yonorenuncio.com