Como dijo Julio Basulto, Dietista-Nutricionista, en un tuit muy acertado, “el alcohol es la única droga que está mal visto que no se consuma”. Una afirmación que seguramente nos rodee y que incluso hayamos bebido cuando, en una reunión social, decidimos que no vamos a tomar alcohol y nos hayan preguntado si estamos malos, a dieta, o incluso nos afirmado aquello de “¡hombre, por una caña qué va a pasar!”

Ya hemos hablado de por qué el límite seguro de consumo de alcohol son cero gramos. Por mucho que nos intenten vender nutrientes y propiedades de las bebidas con alcohol, aun cuando sean de baja graduación. El alcohol no deja de ser alcohol y tener efectos en nuestro organismo desde el primer momento, independientemente de la dosis, y se ven aumentados según la cantidad y frecuencia.

A pesar de esto, parece que lo que más nos importa la mayor parte de las veces son las calorías que puede aportarnos. De hecho, según las declaraciones del psicólogo Alfonso Méndez a Infosalus, parece que habría surgido un nuevo trastorno de la conducta alimentaria: la drunkorexia. Dicho de forma resumida y sencilla, cuando después de abusar del consumo de alcohol, el cual sumaría una cantidad importante de calorías (no en vano el alcohol, después de las grasas, es la sustancia alimentaria que más calorías aporta por gramo), se deja de comer alimentos sólidos con el objetivo de “no engordar”. O también conocido como “compensar”.

Parece que es un antiguo problema que ha evolucionado a los tiempos modernos, especialmente en los más jóvenes, donde se suman dos factores: el deseo de seguir los cánones de éxito y belleza, junto con el consumo de alcohol como un elemento casi imprescindible en las interacciones sociales. Este comportamiento se basa en una restricción alimentaria para compensar las calorías que se beben con la ingesta de alcohol, casi siempre excesiva.

El peligro de esta práctica es doble. Por un lado, la derivada de las grandes ingestas de alcohol, especialmente en la adolescencia, y sus implicaciones en una etapa aún de desarrollo físico y psicológico. Y, por otro lado, la derivada de la restricción alimentaria y de la creación de un patrón alimentario que genera un trastorno, incluyendo sus implicaciones psicológicas.

A raíz de esta noticia, no hace falta ser adolescente para verse reflejado en algún momento en este comportamiento. Ni siquiera hace falta que llegue a ser un trastorno psicológico. Más de una, y de dos veces, nos habremos descubierto tratando de compensar un episodio donde hemos bebido más de la cuenta y donde éramos conscientes de la cantidad de calorías que ello conlleva.

Pero, ¿es efectivo? ¿Merece la pena? ¿Qué peligros conlleva? Lo primero que tenemos que decir es que no es efectivo, además de si ser peligroso por poder llevarnos a padecer carencias nutricionales. Fundamentalmente por varios motivos. El primero, no todas las calorías el cuerpo las utiliza para lo mismo. Ya sabemos que esto no es como nos habían contado de sumar y restar calorías. Las calorías de los alimentos son mucho más “provechosas” para el cuerpo que las del alcohol.

Además, ya habremos oído que las calorías del alcohol son calorías “vacías”. Es decir, no vienen acompañadas de una cantidad reseñable de nutrientes de interés. Mientras que, en los alimentos, en mayor o menor medida, sí vienen. Por lo que, las calorías que te has “bebido” siguen un camino totalmente diferente a las que comes. De hecho, compensar calorías con alta densidad nutricional como son las de los alimentos, con otras que viene “vacías”, lo único que hace es dejarnos una carencia de nutrientes que, muchos de ellos, son esenciales para nuestro organismo.

Amén de que este tipo de comportamientos genera patrones distorsionados de la alimentación que, perpetuados en el tiempo, además de estas implicaciones físicas, también tendrá implicaciones psicológicas. Especialmente, como hemos dicho antes, cuando juntamos la cultura de socializar con el alcohol junto con la tendencia cultural actual del éxito a través de la delgadez.