El clásico de acción "Mad Max: salvajes de la autopista" de 1979 nos habla de un año 2021 apocalíptico marcado por la violencia producto de crisis económicas y políticas que han llevado al mundo a un caos social donde diversas facciones luchan por el poder. La sociedad se desintegra entre el surgimiento de bandas y sectas ataviadas con pieles, cuernos, máscaras, armas automáticas y cabezas rapadas.

Cuando el pasado jueves una turba de negacionistas, terraplanistas, neo-nazis, supremacistas y tipos disfrazados del jefe indio sittin' bulltomó al asalto la sede del poder popular de la primera potencia mundial, creí estar viendo un adelanto de la última secuela de las aventuras del patrullero Max Rockatansky.

Entre los miembros de la raza superior que allí se dieron cita estaban elementos como el ultra-nacionalista Jake Angeli, ese tipo con el gorro de jamiroquai pero con mucho menos "flow".

Acérrimo de Trump, es defensor de una teoría según la cual existe una red de prostitución infantil para las élites progres manejada por los demócratas y los actores de izquierdas. Un prenda de nivel con impactante estilismo y maquillaje de fantasía que ya ocupa un hueco en nuestros corazones, sin duda.

Otro figura que chupó mucha cámara es el de la bandera confederada XXL que se paseó por los salones del Capitolio. El autor del sueño húmedo del general sudista Robert E. Lee no ha sido aun identificado, pero ha sido aupado a los altares de los nostálgicos de la confederación, aquel sistema de gobierno basado en la esclavitud, que no pudo izar su enseña en la capital de la unión tras años de guerra civil. Los fans de la segregación racial también están con el amigo Donald. Pero en ese sumidero hay mucho hueco.

Entre la tropa de orcos destacaban también los supremacistas blancos como Tim Gionet, conocido neo-nazi y antisemita imprescindible en cualquier akelarre facha de pro. Tatuado con la efigie de Trump, dista de ser el más listo de la manada. Colgó videos donde se le veía cometiendo delitos varios como atacar a trabajadores latinos y negarse a usar mascarilla. Recurrente troll de internet, tiene todas sus cuentas en las redes cerradas por delitos de odio y se define como un "auténtico nacionalista blanco".

No muy lejos de allí estaban los cabezas rapadas del Proud Boys con sus sudaderas con el logo "6MWE" o "six millios wasnt enough", es decir "seis millones no fueron suficientes". El empático slogan recuerda el genocidio que los nazis cometieron con la población judía europea. Cerca de tan entrañable muchachada campaba un iluminado con la frase "camp Auschwitz. WORK BRINGS FREEDOM" en referencia a la falsa y lúgubre promesa que decoraba la puerta de los campos de exterminio nazis. Para evitar confusiones, la sudadera lucía bien grande la calavera de las SS. Todo muy tranquilizador y buen rollista. Lo mejor y más granado de cada cárcel del condado, desde Oregón hasta Florida, se había dado cita en el Congreso norteamericano para defender a su líder ( bueno, y el de Hermann Tertsch) del atropello demócrata, negrata y judeo-masónico que amenaza la tierra de la libertad.

Pero no vayan a creer que todos los asaltantes que protagonizaron la escena más vergonzosa de la historia de la joven república eran tan sólo un exótico grupo de tarados y ni-nis fascistas animados por el líder naranja desde su ya extinta cuenta de Twitter. Que va. Allí había también gente que se suponía se viste por los pies, como miembros del partido republicano que ya tienen cita con el gerifalte de su área para dar conveniente explicación de sus actos. Es el caso de Derrick Evans, delegado republicano por el estado de West Virginia que colgó imágenes del asalto en sus redes ataviado con casco militar y animado a la turba a ocupar el edificio "a ser posible sin vandalismo". Ahora asegura que actuó como periodista freelance para inmortalizar un hecho histórico.

Lo curioso del asalto al Capitolio, además del variopinto currículum penal de sus protagonistas, es la facilidad para acceder que tuvieron al que todos suponíamos uno de los lugares más protegidos del planeta. Unos meses antes, el movimiento por los derechos civiles "black lives matter" había desfilado por las calles de Washington. Frente al Capitolio fue desplegada una fuerza de la guardia nacional suficiente para invadir Portugal y las rías bajas.

Al paso de una marcha por los derechos humanos y en previsión de altercados se apostaron tanquetas, militares, francotiradores, helicópteros y armamento pesado como para varias secuelas de Platoon.

El jueves pudimos ver estupefactos como la turba de los cuernos y las barbas red-neck obligaba al servicio secreto del edificio a cruzar un armario en las puertas de la cámara para proteger a los representantes electos. Los senadores tuvieron que huir por el sótano el mismo día que debían confirmar la victoria de Joe Biden. Los amotinados y sus gorras rojas de "América great again" pusieron en fuga a la Policía del Capitolio y sus exiguos medios (y aún más exiguo espíritu) en cuestión de minutos. Con lo titánico que el cine parece tomar la capital, que fácil le resultó a la turba del pantano.

El viernes la UE rogaba para que fenómenos así no se repitan en el viejo continente. Al principio me sorprendió tamaña preocupación. ¿El Congreso de la carrera de San Jerónimo tomada por tipos disfrazados de Don Pelayo, con banderas franquistas, ex militares temerosos de los desmanes de un gobierno de izquierdas y peña portando cruces y pendones imperiales con el aspa de San Andrés?

Al principio me reí. Luego ya no tanto.