Se habla mucho de la contaminación provocada por millones de vehículos y aviones y solemos obviar la emitida por el tráfico de grandes barcos y porta-contenedores, cercana a la mitad de la que suelta al aire todo el parque mundial de vehículos.

Parece que el mayor peligro de un trasatlántico es que se desboque en algún muelle veneciano contra las góndolas y turistas apiñados en los atraques de San Marcos, pero no. Esos mastodónticos paquebotes consumen un combustible altamente contaminante y en cada puerto dejan una huella mucho más indeleble que un simple ejército de cruceristas. Dióxido sulfúrico, dióxido de carbono, óxido nitroso, ácido sulfúrico y otras golosinas generan neblina sulfúrica en puertos como Roterdam o Los Ángeles. Las grandes autopistas marítimas generan contaminación que puede llegar a extenderse incluso 1000 millas. Hasta que los grandes buques dejen de tragar asfalto como combustible, debería explorarse una forma de transporte alternativa para algunas líneas marítimas: el tren.