Hace años que en España hay más chicas que chicos estudiando carreras científicas (carreras 'STEM', por las siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). El 53% de los doctorados científicos son de mujeres. La nota media del expediente académico de las mujeres es 0,3 puntos superior a la de los hombres. La tasa de abandono universitario de las mujeres (18,7%) es menor que la de los hombres (21,5%). Todos los números están a favor de las científicas, sin embargo, las mujeres no llegan a ocupar ni el 25% de los puestos de liderazgo.

Los problemas de las mujeres en la ciencia son los mismos que en el resto de las profesiones: mayor carga de tareas y funciones administrativas, inestabilidad y precariedad laboral, jornadas excesivas, brecha salarial, favoritismo y discriminación sexual, menor visibilidad de sus resultados y más casos de acoso laboral. En lo que concierne a la vida fuera del trabajo, la responsabilidad de conciliar y el cuidado de personas dependientes sigue recayendo sobre las mujeres, y a menudo la maternidad las aparta de su carrera profesional.

Las científicas lo tenemos igual de fastidiado que el resto de las mujeres trabajadoras. No obstante, la carrera investigadora tiene algunas peculiaridades. Requiere de tiempos de formación extremadamente largos que a menudo conllevan la realización de un doctorado que no siempre está remunerado, o si lo está, suele ser una remuneración escasa e intermitente. Esto implica que los científicos de las clases sociales más bajas tengan que compaginar su trabajo en investigación con otros trabajos, lo que repercute en su rendimiento y, por tanto, en sus posibilidades de ascender u obtener mejores contratos. De ahí viene un dicho muy repetido entre los científicos: «Investiga quien se lo puede permitir». El dicho significa que tiene más oportunidades de convertirse en un investigador profesional aquel que cuente con un buen respaldo económico, puesto que se puede permitir la incertidumbre o pasar largos períodos trabajando sin cobrar a la espera de que alguna convocatoria se resuelva. Esto ocurre en centros de investigación y universidades públicas –subrayo «públicas»–, por lo que la igualdad de oportunidades está lejos de ser una realidad.

Todos estos problemas de precariedad ligados a la profesión investigadora hacen que nos preguntemos sobre la conveniencia de despertar vocaciones científicas en los jóvenes. Mientras este sea el futuro que les espera, solo será provechoso para aquellos que se lo puedan permitir. Más que una cuestión de vocación científica es una cuestión de clases.

Esta situación de precariedad e incertidumbre en la investigación se perpetúa más allá de la treintena, de modo que se alcanza la frontera de la edad fértil de las mujeres. Esa es una de las explicaciones por las que se producen las clásicas gráficas de tijera en la investigación, donde a partir de los treinta y pico años las mujeres van desapareciendo de la carrera investigadora a medida que los hombres van escalando puestos. Según los datos del Ministerio, el 79% de los catedráticos son hombres y el 65% de los investigadores principales, los que dirigen los grupos de investigación, también son hombres.

Las gráficas de tijera son aún más llamativas en profesiones sanitarias, ya que las carreras universitarias vinculadas a la salud están llenas de mujeres (medicina 70% mujeres, enfermería 80% mujeres, biología 62%, biomedicina 76%, veterinaria 76%, farmacia 71%). Aunque en las carreras sanitarias no hay más de un 25% de hombres, los hombres son el 50% de las plantillas médicas y además ostentan el 80% de los puestos de dirección, con una retribución económica por encima de la media de las médicas. Los hombres médicos, enfermeros y celadores sanitarios cobran casi 9.000 euros más al año que sus compañeras. El 75% de las gerencias de los hospitales públicos que dependen de los servicios de salud de las comunidades son hombres.

Esto no es algo exclusivo de la ciencia, sino que se da enmuchas otras profesiones: el 83% de los puestos directivos están ocupados por hombres, de igual manera los puestos de mando intermedios como gerente, mánager o líder de división son un 67% hombres.

Esta situación conduce a una serie de reflexiones. Por ejemplo, ¿el patrón de éxito masculino es el único deseable? ¿El éxito es tener más poder, ganar más dinero y escalar a puestos más altos? ¿Qué es el éxito en realidad? Por mi trabajo conozco a muchos altos cargos y directivos, la mayoría hombres. Puedo asegurar que para muchos de ellos el poder ha tenido un coste personal altísimo. No han visto crecer a sus hijos, han viajado y vivido lejos de sus familias durante largos períodos, han perdido amistades, han pasado mucho tiempo en no-lugares como aeropuertos... A alguno la presión le ha costado la salud. No sabría decir cuántos creen que lo han elegido libremente y cuántos creen que ese era el único camino, que esa clase de éxito era lo que se esperaba de ellos y no podían elegir otro. Unos son felices con esa idea de éxito y con el poder que ostentan. Otros sienten que han perdido más de lo que han ganado. Otros se han percatado a tiempo de que esa clase de éxito es una trampa. Depende de la escala de valores de cada cual. La definición de éxito se puede escribir en términos de poder o en términos de sentido.

En la estructura familiar de nuestra sociedad, el rol masculino de proveedor y protector se define por el dinero, mientras que el rol femenino se define por los afectos. El estereotipo de género es que ellos cuidan con dinero y ellas cuidan con afecto. Sin embargo, hemos llegado a tal punto de desarrollo que esos roles causan insatisfacción a ambos sexos. Ninguno siente que es libre de elegir qué clase de éxito desea para su vida. El rol les ha venido dado. En realidad esto es un dilema clásico de la filosofía, el dilema entre la voluntad de poder y la voluntad de sentido, pero aplicando en este caso la perspectiva de género.

El machismo está en que tantas mujeres deseen el patrón de éxito masculino y no tengan las mismas oportunidades que ellos de alcanzarlo. Y no me refiero solo a éxitos notorios como ser una gran directiva o un alto cargo, sino a éxitos moderados como llegar a ser un mando intermedio. Las mujeres tenemos el techo de cristal muy abajo. En cambio, los hombres que desean el patrón de éxito femenino pueden alcanzarlo con más facilidad (aunque no sin coste).

El machismo también está en suponer que el patrón de éxito masculino es el único deseable. Eso provoca que a los hombres que no lo persiguen se les ridiculice por ello. «Es poco hombre». En cambio, una mujer que desea y consigue el patrón de éxito masculino, es admirada por ambos. «Tiene un par» o «es una mujer de éxito». Lo que se induce de todo esto es que lo femenino se minusvalora.

La igualdad estaría en que cada uno pudiese elegir el camino del éxito que desee, que sus oportunidades sean independientes del sexo. Que los dos tipos de éxito gozasen del mismo prestigio social. O mejor aún, que no hubiese que elegir un tipo de éxito en detrimento del otro, sino que el equilibrio fuese posible.

La actitud de superioridad de lo masculino con respecto a lo femenino es la definición de machismo. Por eso suponer que lo que eligen ellos es mejor que lo que eligen ellas es machista. Ocurre con el ideal de éxito, y ocurre también con el prestigio de las carreras científicas. Esto se traslada a muchas de las actividades centradas en despertar vocaciones científicas en las niñas, con mensajes tan retorcidos como «tú también puedes» –subrayo ese «también»– o «no te pongas barreras», que en realidad son una muestra de condescendencia y paternalismo.

En muchos casos las científicas se presentan como referentes para las niñas. Sin embargo, no hay que olvidar que las mujeres pueden ser referentes para ambos sexos, no solo para otras mujeres. Una mujer de éxito no solo es un ejemplo para las niñas, sino que debería tratarse como un ejemplo para la sociedad.

Estas actividades dirigidas a despertar vocaciones científicas en las niñas se mantienen a pesar de que hay más chicas que chicos estudiando carreras científicas. En España las chicas estudian lo que les da la gana, afortunadamente. Claro que hay condicionantes sociales, familiares, económicos, psicológicos, evolutivos... De lo que se trata es de garantizar que todos, niños y niñas, puedan escoger con libertad. Sin embargo, hay un empeño en cambiar las cifras en las carreras científicas en las que las chicas son minoría, como algunas ingenierías. Las chicas son mayoría en carreras como biología, veterinaria, química, farmacia, enfermería, medicina... Para algunos esto es un problema. Como si las carreras que escogen mayoritariamente los hombres fuesen de primera y las de las mujeres de segunda. Esto es machista. Es machista decirle a una niña que estudiar física es mejor que biología, o que informática es mejor que enfermería. Pasa con las carreras y pasa con casi todo: ¿Acaso es mejor disfrazarse de pirata que de princesa? ¿Es mejor jugar con camiones que con barbies?

Por eso hay quien ve un problema en que las chicas se decanten por carreras científicas relacionadas con la salud, por aquello del rol femenino y los cuidados, como si fuese algo malo. En cuanto las mujeres conquistamos algo, enseguida se minusvalora. Si un día hay más mujeres informáticas, también dirán que es por alguna tara propia de nuestro sexo. De hecho, en el pasado la mayoría de los programadores informáticos eran mujeres con formación en matemáticas y física. Como era una tarea de mujeres, no se le daba valor. Ahora que es una tarea de hombres resulta que es la profesión del futuro.

Las carreras científicas relacionadas con la salud, que son las que más escogen las mujeres, gozan de un gran prestigio social y las mejores perspectivas de empleo y sueldo. Pero resulta que las escogen por su empeño en cuidar, así que para algunos algo malo hay ahí. Porque claro, los chicos saben elegir, pero a las chicas hay que enseñarnos a elegir bien...

Dejemos de decirles a las niñas que las carreras con más mujeres son peores. Dejemos de decirles que el único patrón de éxito deseable es el del estereotipo masculino. Dejemos de participar del desprestigio de lo femenino. Empecemos a valorar lo que nuestras madres han conquistado. Valoremos lo que es nuestro. Si de verdad queremos ayudar a las niñas, hay que erradicar el machismo de los discursos y las actividades dirigidas a ellas. Y si de verdad queremos un futuro libre y próspero para ellas, dejemos a las niñas en paz y empecemos por resolver los problemas que van a encontrarse de adultas.