Me resisto a creer que haya periodistas que no entienden la diferencia entre uso alimentario y uso alimenticio. Alimentario significa 'de los alimentos o de la alimentación', y alimenticio, 'que alimenta o tiene la propiedad de alimentar'. La granza que se ha vertido al mar en Portugal y que ha alcanzado las costas atlántica y cantábrica de España es un plástico de uso alimentario. Esto significa que cumple con la regulación sobre materiales en contacto con alimentos en la que se especifica que el material no puede ser tóxico ni contener ninguna sustancia capaz de migrar del material al alimento en las condiciones de uso normal (conservar en frío, calentar en el microondas, resistir el pH ácido de los alimentos, etc.). Según la ficha técnica ofrecida por el fabricante de la granza (que analicé en un artículo anterior), y según los análisis químicos realizados en la Universidade da Coruña, el plástico tiene una composición convencional y segura para fabricar envases y otros objetos destinados a uso alimentario.

También me resisto a creer que haya profesionales relacionados con la ciencia que no entienden la diferencia entre tóxico y contaminante. Tóxica es aquella sustancia susceptible de provocar un envenenamiento. La toxicidad se estudia en una rama de la química conocida como toxicología. Contaminante es aquella sustancia o material que ocupa un ecosistema que no le corresponde y puede tener un impacto negativo sobre él. La granza de plástico vertida al mar no es tóxica, pero sí es contaminante, puesto que ese no es el lugar que tendría que ocupar y además está demostrado que cuando algunos plásticos se degradan en el mar acaban provocando daños físicos y biológicos en varias especies acuáticas.

La confusión entre alimentario y alimenticio, y las bromas sobre comerse la granza de plástico o incluirla en platos típicos de la cocina gallega, no es casual. La confusión entre tóxico y contaminante tampoco lo es. Esta adulteración –deliberada– de la información, y esta falta de precisión en los términos, tiene a mi parecer dos orígenes o motivaciones.

Una es que el primer avistamiento de granza en las costas españolas se produjo en Galicia, donde dentro de pocas semanas se celebrarán las elecciones autonómicas, y donde además gobierna un partido de color diferente al del Gobierno central. Se ha instaurado un relato –reconstrucción discursiva de ciertos acontecimientos interpretados en favor de una ideología– que me cuesta comprender: cuanto más grave sea el vertido, mejor para unos y peor para otros. Unos se lanzaron a decir que el plástico era tóxico antes de saber nada acerca de su composición y su destino, otros hicieron comparaciones groseras con el Prestige o con el vertido de Sri Lanka, con más ánimo de hacer campaña política que de ocuparse del aspecto medioambiental y científico del accidente. Estas disputas entre partidos enseguida nos estallaron en la cara a los científicos. Cualquier información que se pudiese interpretar como un atisbo de minimizar el impacto de este vertido te coloca en unas filas, y cualquier atisbo de maximizarlo te coloca en otras. No hay espacio ni para la ciencia ni para la prudencia. Da igual que uno sea honesto, claro y proporcional –que son los valores rectores de la comunicación–, la veracidad de la información se está evaluando bajo un criterio partidista en lugar de epistémico.

El segundo origen (o motivación) de la confusión informativa es el tipo de material del vertido, uno de los materiales sobre los que existen más prejuicios y hay más desinformación: los polímeros plásticos. Para ilustrarlo voy a comparar el plástico con el vidrio –aunque esto mismo se podría hacer con otros materiales como metales, celulósicos, cerámicas, etc.–. En España hay varias 'playas de los cristales'; se han convertido en destinos turísticos, en paisajes fotografiables. En realidad las playas de los cristales son vertederos, un ejemplo perfecto de contaminación por vidrio, de un material que está ocupando un lugar que no le corresponde y que está ocasionado un desatendido impacto medioambiental. El vidrio tarda más de 4000 años en biodegradarse, ha cambiado la estructura y la composición de los suelos, alterando la acidez y la concentración de minerales solubles en la línea de costa, y perturbando a numerosas especies animales y vegetales. El vidrio al erosionarse es susceptible de formar micro y nanopartículas, y de ir liberando sustancias tóxicas presentes en su composición, entre ellas metales pesados. Sin embargo, el vidrio tiene una imagen pública mucho más cuidada que el plástico. La industria química del vidrio se ha preocupado por hacer campañas publicitarias, informativas, de concienciación medioambiental, de reciclaje… Esto ha culminado con un excelente sistema de gestión de residuos de vidrio que ha convertido uno de los materiales con mayor huella de carbono en un material que encaja dentro de los principios de la economía circular. Quién iba a pensar que un material que se fabrica fundiendo arena a miles de grados, con el gasto energético y la emisión de gases contaminantes que eso supone, y cuyos utensilios se rompen tras cada uso y se vuelven a fundir a miles de grados, iba a lograr convencer a tantas personas de que es seguro y sostenible. Está claro que la comunicación sobre el vidrio ha sido un éxito rotundo. Con el plástico esto no se ha hecho. La comunicación sobre este material es casi siempre defensiva, no proactiva. Hasta el punto de que pocas personas de las que se dedican a la ciencia de materiales –yo soy una de ellas– se atreven a hacer divulgación científica sobre los plásticos, porque tienen a toda la opinión pública en contra.

La polarización sobre el vertido de la granza de plástico tiene una motivación política a la que hay que sumar la desinformación acerca de los plásticos. Es un espectáculo mediático que solo presta atención a lo superficial, como la granza de plástico que flota en el mar mientras nadie presta atención a los otros cinco contenedores que perdió el buque Toconao, cargados de neumáticos, barras de aluminio y papel film. Igual que ocurre con la polarización, lo más denso se mantiene oculto en el fondo.