Algunos supermercados han cambiado las bolsas tradicionales para la fruta por otras de un aspecto similar que son compostables y fácilmente biodegradables. Se fabrican a partir de fécula de patata, maíz, remolacha, trigo u otros productos ricos en almidón. Para saber si esta opción es más sostenible, en ciencia de materiales se emplea el Análisis de Ciclo de Vida. Consiste en un balance ecológico que tiene en cuenta el impacto medioambiental de todas las etapas del material: extracción de materia prima, transformación, vida útil, reciclabilidad, etc. Así que no se puede juzgar un material solo por cuánto tarda en biodegradarse, hay otros muchos aspectos a analizar.

Las bolsas de fécula están fabricadas a partir de almidón y una pequeña cantidad de plastificantes como glicerina o urea. El almidón se extrae de vegetales ricos en este compuesto, como los tubérculos, siendo la patata el más empleado.

La patata está compuesta en un 75% de agua, 20% de almidón y 5% de grasas, proteínas, minerales y otros azúcares. El almidón suele emplearse en otros productos alimenticios como espesante y texturizante bajo el nombre de "fécula de patata".

El almidón es un carbohidrato que se encuentra en los vegetales y constituye su principal reserva energética. En las patatas el almidón está formado por una mezcla de dos azúcares, 30 % amilosa y 70% amilopectina. Se presenta en forma de gránulos donde las capas exteriores contienen amilopectina y en el interior albergan la amilosa.

La fracción del almidón más interesante para fabricar bioplásticos es la de amilosa. Como no presenta entrecruzamientos es más fácil de procesar y tiene unas características físicas y químicas que pueden asemejarse a un plástico común. Aun así, en comparación con el plástico de polietileno convencional que se usa para las bolsas de fruta, el bioplástico tiene grandes desventajas: es muy higroscópico, pierde resistencia en presencia de humedad; tiene elevada viscosidad, por lo que su procesado es costoso; y es un material en esencia frágil, por eso se rompe con facilidad y no suele permitir más de un uso.

Para minimizar estos problemas el material se trata biológica, química y físicamente con diferentes métodos: fermentación y posterior polimerización para transformarlo en ácido poliláctico (PLA); esterificación de los grupos hidroxilo para protegerlo del agua; eliminación de los entrecruzamientos de la amilopectina residual (que es la responsable de su semicristalinidad, y por tanto de su fragilidad) por medio de gelatinización, retrogradación o desestructuración; adición de plastificantes (reactivos que hacen que el almidón pueda modelarse sin quebrar), etc.

Todo este proceso es muy laborioso, tanto es así que el coste de producción de una bolsa de fécula de patata es diez veces superior al de una bolsa de un plástico común como las de polietileno.

La mayor parte de las bolsas compostables que actualmente están en los supermercados han pasado por estos procesos de optimización y tienen más calidad que las primeras que se comercializaron. Hace diez años hubo un intento de sustituir las bolsas de plástico de la compra por bolsas de fécula. La medida no tuvo éxito, primero porque coincidió con el momento en el que se empezaba a cobrar por las bolsas, y segundo porque las bolsas de fécula no se podían reutilizar y con frecuencia se rompían en el trayecto del supermercado a casa.

Otra de las razones por las que estas bolsas no cuajaron hace diez años es que se estaba vendiendo como sostenible algo que no lo era y muchos consumidores se percataron de ello rápidamente: ¿cómo va a ser sostenible convertir alimentos en bolsas? No parece sensato degradar alimentos a envases, es como convertir recursos en residuos, en lugar de hacerlo al revés.

Además, la transformación tiene un rendimiento preocupantemente bajo: solo interesa la amilosa de la patata, por tanto solo se utiliza el 30% del almidón, que a su vez es el 20% de la patata. Haciendo el cálculo, el 30% del 20% es un 6%, es decir, solo el 6% de la patata es la fracción útil para la fabricación de bolsas. Se desperdicia prácticamente toda la patata.

Hay que considerar que si sólo el 6% de la patata es empleada para la fabricación de bioplásticos y el resto de desecha, habría que cultivar cantidades ingentes de patata para conseguir un rendimiento muy reducido. Habría que disponer de cultivos intensivos y de gran extensión para rentabilizar la producción de bioplásticos. Todo esto recuerda al problema que ha supuesto otro "bioproducto" de moda: los biocombustibles a partir de aceite de palma, causantes de la brutal deforestación y pérdida de biodiversidad de Borneo.

Todavía no se ha llegado a extremos ni similares al caso de Borneo, pero si este tipo de alternativas "bio" se siguen popularizando, acabará habiendo cultivos intensivos dedicados a tubérculos que en lugar de servir de alimento acabarán convertidos en bolsas. De locos.

¿Es mejor dar marcha atrás y volver a las bolsas de fruta tradicionales, las de polietileno? Esa tampoco es la solución. Las bolsas de polietileno de baja densidad se fabrican a partir de fracciones residuales del refinado del petróleo. Es un proceso relativamente sencillo, de bajo impacto medioambiental y bajo coste. El problema con este material está al final de su vida útil: tarda unos diez años en biodegradarse y aunque teóricamente es un polímero reciclable, la realidad es que de momento apenas se recicla. El polietileno de alta densidad (el de las botellas y las bolsas gruesas y resistentes) sí se recicla con facilidad, se puede fundir y modelar; pero el de baja densidad (el de las bolsas de fruta) es técnicamente más difícil de reciclar, obteniéndose polietileno de tan baja calidad que realmente es basura.

Todavía no hay ningún material de un solo uso empleado para fabricar bolsas para la fruta que no impacte en el medioambiente de forma significativa. Según el Análisis del Ciclo de Vida (ACV) las bolsas compostables salen mal paradas, las de polietileno de baja densidad también, las de papel tienen un impacto medioambiental tres veces mayor, y las de algodón cientos de veces mayor. La producción de papel y de algodón son dos de las empresas que consumen más recursos naturales, energía y agua. El algodón apenas se recicla en ningún país, y el papel, si se mancha con alimentos, tampoco se recicla. Por eso la solución actual, lejos de ser ideal, pasa por evitar los materiales de un solo uso, apostando por las R de Reducir y de Reutilizar.

Analizando todas las opciones disponibles para llevar fruta a granel, hay dos que son notablemente las más sostenibles:

1. Utilizar una y otra vez las mismas bolsas para la fruta. Para eso hay una opción sostenible que cada vez ofrecen más establecimientos: las bolsas reutilizables de plástico específicas para frutas y verduras. Son bolsas de red de plástico de poliéster o de rafia (una mezcla de fibras de polietileno y polipropileno). Al ser de plástico no son un buen sustrato para el asentamiento de microorganismos, así que además de sostenibles también son una opción más segura que el algodón. Es una opción de entrada cara (cada bolsa puede costar entre 0,5 y 1 €), pero se pueden lavar y reutilizar cientos de veces.

2. La opción más sostenible y económica es el pesaje en caja. A veces se usan las bolsas para la fruta porque en el supermercado hay que pesarlas y etiquetarlas en la sección de frutería, antes de pasar por caja. Si las frutas se pesan en caja, en la mayoría de los casos se puede prescindir de la bolsa.