Ni estamos saliendo más fuertes, ni estamos saliendo mejores, ni podemos sentir permanentemente que estamos por encima de nuestros políticos. La pandemia pudo sacar una buena versión de nosotros mismos y está sacando la peor. En los últimos meses, se producen comportamientos del todo reprochables que los dirigentes condenan en función de si les afectan a ellos o al rival y que sus seguidores jalean con mucha más agresividad incluso que las personas a las que dicen defender.

El escrache perpetuo en el chalé de Galapagar está mal, sin matices, como lo estaban los que sufrieron anteriormente otros líderes de partidos distintos. Una casa no es un Ministerio al que se pueda ir a gritar qué hay de lo mío. Si aparecen pintadas en el domicilio de otro representante político, está mal, sea éste de izquierdas o de derechas. Las amenazas de muerte a un juez que ayer investigaba a los otros y hoy investiga a los tuyos, no son admisibles. Están mal y todos nuestros dirigentes políticos deberían condenarlas con rotundidad: los investigados de ayer y los de hoy.

Me sorprende que haya aficiones que actúen con más beligerancia que sus ídolos, como si estos no supieran afrontar los contratiempos solitos. Son personas que se ocupan de los políticos con más entusiasmo del que reciben, se dejan manipular. Otro despropósito que también conduce al enfrentamiento social son los datos de contagios de coronavirus, ¡los datos!, cuando se consideran mejores o peores en función de quién gobierna el territorio en cuestión. Son buenos o malos, independientemente de eso.

Después están los partidos que, por ejemplo, jalean pintadas contra la escultura de Largo Caballero y luego ponen tuits amenazantes, tabernarios, además de intelectualmente poco elaborados ("Derogad la ley de memoria histórica, primer aviso"). Eso está mal. Entre otras cosas, porque protestarían airadamente si la escultura atacada fuera de alguien de su cuerda. Ay, el doble rasero, cuánta vergüenza nos hace pasar. No me merecen respeto los políticos que quieren para ellos lo ancho y para sus rivales, lo estrecho. En lugar de centrarse en protegernos de la pandemia sin cortedad de miras, se dedican a sacar provecho de la tensión ciudadana, a caldear el ambiente y a desviar la atención. El amor de cada uno a sus colores, más propio del fútbol que del Parlamento, no debería ser incompatible con la coherencia. Las cosas no están bien o mal, dependiendo de quién las haga. Las cosas están bien o mal. No es equidistancia. Es educación.