Un recién llegado a España que no supiera nada de política nacional podría considerar a Pedro Sánchez un campeón del antifascismo si solo hubiera escuchado su discurso de investidura. Los problemas para intentar explicar las razones por las que ha cambiado de opinión sobre la amnistía han provocado que la use como artefacto necesario para contraponer su programa de progreso contra una agenda de involución. La clave de bóveda sobre la que se ha sustentado la intervención del líder del PSOE es hacer frente a la involución que representa la presencia de Vox en coalición con Alberto Núñez Feijóo y que dejó sintetizada con una frase: "Encerrar a las mujeres en las cocinas, al colectivo LGTBI en los armarios y a los migrantes en campos de refugiados".

La identidad política se fragua en multitud de emociones, valores, creencias e intereses. La fortaleza de un relato se basa en decantar una esencia pura que acabe dirimiendo esa cascada de matices en una posición dilemática para que los ciudadanos acepten un mal menor en pos de un bien superior. El discurso de Pedro Sánchez ha sido tremendamente efectivo para sus intereses al conseguir reducir la amnistía a una peaje aceptable para lograr un gobierno que pare a los ultras. Pedro Sánchez es consciente de que va a ser presidente gracias a que Alberto Nuñez Feijóo ató su destino a los posfascistas de Vox en las elecciones municipales del 28 de mayo y centró su intervención en explicar lo que supondría un gobierno de ambos y lo que representa en contraposición a su Ejecutivo.

La audacia del presidente del Gobierno se mostró al ser capaz de ver que, tras la debacle electoral de las municipales y la consiguiente sangría de pérdida de poder, la única posibilidad que tenía de repetir su victoria electoral nacional era mostrarse como un dique ante la llegada de la extrema derecha y erigirse como único baluarte ante los bárbaros apostados al otro lado del río. Ganó el órdago y saldrá victorioso. Pedro Sánchez ha llenado el discurso de mensajes para la izquierda progresista, incluso para el espacio poscomunista, siendo consciente de que la situación ambiental lo exige porque muchos electores toleran la amnistía a cambio de que haya medidas de corte social y sobre todo por evitar la llegada de los fascistas al poder.

Pedro Sánchez capta como nadie el momento de época. Es consciente de que en un momento de polarización extrema necesita dar señales a la izquierda y erigirse en el referente que los salve de los escuadristas pero sin ceñirse únicamente a lo simbólico y abordando cuestiones concretas y materiales. Es lo contrario de la enfermedad del infantilismo en la izquierda, que intenta encajar la realidad en sus preceptos y marcos. Pedro Sánchez diagnostica por dónde respira la sociedad y se adapta sin dejarse llevar por la melancolía del país que pudo ser y no es. No es coherente y no le importa cambiar su opinión, tiene un objetivo y utiliza las herramientas que le sean necesarias para alcanzarlo. Es un animal político inmenso. Dúctil, maleable, adaptativo. Asume la realidad y el humor social y monta la ola sin importarle la hemeroteca. Alberto Núñez Feijóo lo expresaba de una manera crítica: "Las circunstancias son las que son y haré de la necesidad virtud".

La hegemonía de Pedro Sánchez como referente pragmático para todo el espacio progresista de la izquierda es la derrota sin paliativos del espacio poscomunista que surgió en 2014 como alternativa al PSOE. Sumar no controla su espacio, Podemos sigue su proceso de autodestrucción y se irá al grupo mixto en las semanas próximas o romperá la disciplina de voto convirtiéndose en tránsfugas. Con ese panorama es normal que cada vez más personas vean que no hay posibilidad de conformar un espacio serio a la izquierda del PSOE cuando los intereses empresariales particulares tienen más peso que las necesidades políticas de la mayoría social. Hay Pedro Sánchez para rato por incomparecencia de socios y adversarios.