Revuelve el estómago conocer que se había vandalizado la placa en memoria de Gregorio Ordóñez. Cuesta concebir la ignominia y la crueldad de aquellos que ensucian y vilipendian la memoria de las víctimas. Es complicado asimilar el dolor que se produce con cada acción de este tipo a las familias que ya sufrieron lo indecible y no se merecen un minuto más de dolor. Es difícil entender la carencia absoluta de humanidad de quien ejerce un acto de fuerza y violencia sobre el que ya no tiene defensa. Un acto de poder cobarde sobre la representación simbólica del que solo mantiene su nombre y su recuerdo en una sociedad que se rige por unos mínimos de moral y decencia. Solo memoria, una inmensidad contra lo nimio.

Gregorio Ordóñez fue asesinado por hacer política. Por defender con su palabra y la presencia de su cuerpo unas ideas en un momento en el que hacerlo suponía un riesgo hecho carne en la base de su nuca un 23 de enero de 1995, cuando tres miserables criminales se acercaron por detrás para mancillar la democracia descerrajando una bala para segar la vida de un adversario político. Gregorio Ordóñez no era Melitón Manzanas, como Miguel Ángel Blanco no era Carrero, una idea básica que no entienden muchos miembros de una izquierda anacrónica. Esa estupidez impúdica y orgullosa que todavía ve la violencia en democracia como algo romántico ha hecho más daño a la propia causa que cuarenta años de dictadura fascista.

Con Gregorio Ordóñez en vida hubiera confrontado hasta por los andares. Nada de su ideario conservador y opusino me apela. Su partido es responsable de muchos de los males de nuestra clase, de nuestra democracia, de la connivencia con muchos de los criminales del franquismo y del olvido de la mayoría de miles de víctimas que no comulgan con sus ideales. Por eso la mejor forma de honrar a todas esas víctimas que todavía no tienen una placa es respetar el duelo de su familia y convertir su memoria en parte de la nuestra. Porque es de las nuestras. De las que conforman un humanismo que tiene como pilar fundamental el respeto a las víctimas que fueron asesinadas de forma injusta. La placa de Gregorio Ordoñez representa todo aquello que merece ser recordado y honrado. Tanto como la de los miles de republicanos que lucharon por defender la democracia de los fascistas.

Si a Gregorio Ordóñez lo hubieran matado por rojo el partido que él defendía se hubiera negado a honrarle. A darle una digna sepultura. A encontrar sus restos. A distinguirle y permitir a sus familias que dejen de sufrir. Es precisamente por eso una indignidad que cualquiera que comparta unos valores de memoria, justicia y reparación para los propios se permita defender actuar contra la memoria de quien pensaba diferente. Por eso, por todo ello, no permitamos un respiro a los que manchan la izquierda defendiendo en cualquier lugar actos indignos contra la memoria de nuestras víctimas. Nosotros no podemos ser como ellos. Como Almeida o Villacís deshonrando la vida y el recuerdo de lo mejor de nuestro país. De aquellos que dieron su vida por la libertad. Por una democracia que honore a lo mejor de nuestra patria. Por nuestros republicanos asesinados, por Yolanda González y las Brigadas Internacionales. Por Miguel Ángel Blanco. Por Gregorio Ordoñez, Ernest Lluch o Salvador Puig Antich. Por cada placa que al recordarles nos muestre el país que queremos ser y no el que los que odian quieren.