"La Justicia es como una divinidad. Si crees en ella alguna vez se te aparecerá", esto es un literal de Antonio Del Moral, uno de los jueces que ha condenado a Álvaro García Ortiz sin pruebas y sin atender a su propia sentencia que fija jurisprudencia sobre prueba indiciaria. Es una aseveración que no causa sorpresa y que muestra de manera rotunda cómo funcionan mentalmente las cabezas jurídicas que deciden sobre la suerte de muchos ciudadanos. Eso es lo que ha sido, un fallo divino, dictado por el señor y obedecido por la obra. No hacen faltas pruebas contra se tiene fe, nadie necesita indicios cuando se cree en la culpabilidad, no importa la verdad de los hombres cuando el elevado lo ha decidido. El Tribunal Supremo es una corte superior, divina, celestial, su voz es ley proyectada por el hacedor. No se puede apelar a la ley de los humanos cuando la del todopoderoso se proyecta sobre tu toga.

Por eso es normal que el Tribunal Supremo haya adelantado el fallo sin tener redactada la sentencia ni las motivaciones sobre las que se sustenta. Porque la condena estaba ya dictada antes siquiera de que se admitiera a trámite en el alto tribunal. Por eso no es necesario tener una motivación formada, ya se adaptará a lo dictado por la divinidad. Si el demiurgo sentencia el escriva redacta. No es necesario ser jurista para conocer cuál va a ser el devenir de un proceso judicial de carácter político como el que hemos tenido. Los procesos de Moscú de los años 30 tenían más incertidumbre que el juicio al que se enfrentaba el fiscal general del Estado.

El 25 de septiembre anticipé que el fiscal general estaba jodido al ver la composición del tribunal y anticipe de manera pública y privada a todo el que quisiera oírme que sería condenado por los cinco conservadores y absuelta por las dos moderadas. España es un país en el que sabes cuáles van a ser las sentencias conociendo la ideología del juez. Luego hay que leer las motivaciones, porque a veces la ideología y la razón pueden estar motivadas. Pero está por ocurrir que en un caso de calado político los conservadores decidan algo contrario a lo que la opinión pública conservadora ha decidido y a la inversa, es algo que tampoco ocurre con los progresistas. Lo que pasa es que la carrera judicial al más alto nivel es más de derechas que el grifo del agua fría. Puedes creer en la justicia, también puedes creer en dios, o en el espagueti violador, o que nos fumigan y que la DANA fue provocada por la OTAN rompiendo las presas. Es lo que tiene la fe. No se discute, se tiene y ya está.

Manuel Marchena se tomó la ley de amnistía como algo personal. El juez con el que el PP iba a controlar la sala de lo penal por detrás hizo proselitismo entre sus compañeros de tribunal para asegurarse de que la sentencia contra el fiscal general del Estado fuera condenatoria porque no le perdona la circular con la que instaba a que se cumpliera la decisión del pueblo soberano que emana del Congreso. Marchena cree que su opinión está por encima de la de la soberanía popular y hará lo que crea conveniente y su poder le permita para tomarse la justicia por su mano, que en este caso es la del Supremo. En política hemos aprendido que las relaciones personales y los egos tienen mucho más peso que las ideas y los valores, y eso aplica a la judicatura, con el agravante de que ellos tienen el poder legal otorgado por la democracia de acabar con la vida y la carrera de sus enemigos y de aquellos que les caen mal o que consideran que actúan y legislan de la manera inadecuada a sus intereses o creencias.

No olviden tener en cuenta que en la corte el poder es ante todo y por encima de cualquier consideración de ámbito económico. Lo maneja quien tiene la llave de la caja y esa está en poder de Isabel Díaz Ayuso y la cohorte de apesebrados que la vampirizan en su propio interés. El dador de las subvenciones, ese que tiene el pelo blanco y querencia por las bebidas espirituosas, reparte el juego entre los medios para que cuando los necesiten cumplan ordenes sin preguntar. Aunque esa orden sea publicar en portada una mentira filtrada sin hacer ninguna diligencia y comprobación para poder enfangar y salvar al novio de la jefa de una condena segura como defraudador confeso vía abogado. Madrid funciona como la primera escena de El Padrino en el que una multitud de paniaguados desfilan frente al capo el día de la boda de su hija a pedirle favores sabiendo que algún día acudirá a pedirles como contraprestación algo que tendrían que cumplir. Este juicio ha sido la devolución de los favores prestados, desde el ICAM a los falladores. Prestatario obliga.

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