BASE PARA EL FUTURO

El juego en la infancia permite desarrollar mejor el cerebro

El juego permite forjar nuevas vías neuronales en el cerebro, las cuales se convierten en una base para el aprendizaje futuro.

Niños jugando

Niños jugandoiStock

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El cerebro infantil está sometido a numerosos estímulos y es vulnerable a un número similar de efectos. Desde el uso de pantallas hasta la presencia de plásticos que pueden alterar negativamente su desarrollo. Afortunadamente hay otras actividades que tienen un impacto positivo. Y una de ellas es el juego.

Quien afirma esto es la Dra. Jacqueline Harding, experta en primera infancia de la Universidad de Middlesex. En sus estudios previos Harding rompía con conceptos tan enraizados como la importancia de un día fuera con los pequeños: jugar con una caja de cartón, señala en un estudio, es tan efectivo como un día en el campo. También descubrió, durante la pandemia, que los padres y madres, podían reducir sus niveles de estrés en el confinamiento, jugando con sus hijos.

Ahora, esta experta en educación y desarrollo infantil, sostiene que el cerebro de los menores está inherentemente diseñado para ser lúdico y, fundamentalmente, que esto es crucial para su desarrollo. En su último libro, El cerebro que ama jugar, desafía la división tradicional entre juego y aprendizaje, enfatizando el papel esencial del juego en la educación de los primeros años y el desarrollo integral del cerebro.

Basándose en las últimas investigaciones en neurociencia y desarrollo infantil, Harding analiza cómo el cerebro infantil no sólo anhela el juego, sino que también se nutre de él. La clave reside en las experiencias sensoriales, la imaginación (de escenarios, realidades y personajes): gracias a ellas niños y niñas forjan nuevas vías neuronales, sentando una base sólida para el aprendizaje.

"Cuando comienzan a jugar – explica Harding -, su cerebro también comienza a saltar y a iluminarse de alegría a medida que las conexiones entre las neuronas hacen un progreso impresionante. ¿Esta experiencia cuenta como aprendizaje? Absolutamente sí."

De acuerdo con sus hallazgos, las vías neuronales impulsadas por el juego, establecidas antes de los seis años, tienen un impacto profundo y duradero en las oportunidades futuras de un niño. Desviarse de su inclinación innata por el juego podría privarlos de experiencias de aprendizaje vitales y de oportunidades de crecimiento.

"Parece que el cuerpo y el cerebro del niño pequeño están literalmente diseñados para jugar, y esto es crucial para su desarrollo – añade Harding -. Los niños están naturalmente programados para jugar y cualquier desviación sostenida de este diseño magistral tiene un precio".

Otra creencia histórica que desafía esta experta es la noción de que, en la infancia, el juego es una mera actividad recreativa. Su propuesta es que se reconozca la actividad lúdica, la imaginación, como un aspecto fundamental del desarrollo infantil: "No hay duda, según las últimas investigaciones, de que al cerebro le encanta jugar, y es hora de que, como adultos, también nos unamos a esta noción", confirma Harding.

Uno de los aspectos fundamentales que aborda la autora en su libro son los desafíos planteados por la pandemia y su impacto a largo plazo en la salud mental de los niños. Harding recomienda que se dé prioridad al juego y a la intervención temprana para apoyar a los pequeños que han vivido tiempos sin precedentes.

"A medida que salimos de una pandemia que ha impactado significativamente nuestras vidas – concluye la experta -, no puede haber mejor lugar para comenzar que considerar cómo podemos reescribir la narrativa a través del apoyo en los primeros años. Creo que una mayor conciencia de cómo podemos apoyar a los niños es vital para todos los que cuidan a niños pequeños".

Existe amplia evidencia de que participar en juegos en la infancia conduce a un adulto que es más capaz de navegar en un panorama social, emocional y cognitivo en constante cambio.

Uno de los estudios más importantes vinculados a la neurobiología del juego en la infancia, señala que, si bien el comportamiento de juego puede no ser un componente indispensable del repertorio conductual de los mamíferos, tanto como comer o beber, "involucrarse en este comportamiento antes de la pubertad probablemente le da al organismo una ventaja adicional sobre aquellos que no lo hacen. Los mecanismos cerebrales responsables de modular y guiar el juego probablemente también sean los que, más tarde, están involucrados en nuestra flexibilidad de aprendizaje y nuestra comprensión del mundo que nos rodea".

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