Roldán contrarresta su falta de estudios con algo que le hará ascender muy rápido: su fama de duro contra ETA. En 1982 llegó a ser delegado del Gobierno en Navarra porque era un puesto que no quería nadie. Sólo unos meses antes, los terroristas habían disparado con lanzagranadas para intentar destruir el despacho de su antecesor.
En 1986 es nombrado director de la Guardia Civil. Eran los años más duros del terrorismo en España, y la lucha contra ETA requería de alguien fuerte. Él lo demostraba con hechos: tras un atentado en Navarra, fue a toda prisa al lugar del crimen, y él mismo se encargó de tapar el cadáver de la víctima.
Roldán representó su papel de hombre de hierro a la perfección. Era el primer civil al mando de la Benemérita y se convirtió en el hombre que escoltaba los ataúdes de las víctimas de ETA. Él mismo era objetivo de la banda, pero detrás de esa imagen de incorruptible, Roldán le estaba robando a la Guardia Civil el dinero con el que tenía que protegerles.
Es entonces cuando entra en acción el Roldán oculto, el de los fraudes que le acabaron costando 31 años de condena. Su primera gran obra fue el timo de los cuarteles. Los cuarteles de la guardia civil eran un objetivo constante de ETA. Por eso, Roldán prometió mejorarlos y construir algunos nuevos. De paso, eligió a dedo a las constructoras que hacían las obras y así se llevaba una comisión.
Nadie iba a poner en duda cualquier cosa que se hiciera. Llegó a sacar dinero incluso de la construcción de la polémica Autovía de Leizarán. ETA boicoteó la construcción de la autovía que hoy une Pamplona con San Sebastián. Cometió 160 atentados y murieron tres personas. Roldán, que no tenía escrúpulos, supo sacarle beneficio. Pidió a las empresas un plus de 85 millones de pesetas para hacer un refuerzo de la vigilancia. Se quedó con el dinero y de la vigilancia extra nunca se supo.