A la sombra de rascacielos abandonados en su centro financiero, un nuevo Johannesburgo 'hipster' y joven crece tímidamente en áreas como Braamfontein, exponente de una nueva cultura urbana en África.

El corazón de "Joburg", como se conoce popularmente a la ciudad más grande de Sudáfrica, fue prácticamente abandonado a su suerte tras los cambios del fin del sistema de segregación racial del apartheid a principios de los años 90, cuando la mayoría de las empresas movieron su sede a suburbios del norte.

Las calles y plazas están sucias, el tráfico de coches y gente es caótico y la sensación de inseguridad y criminalidad es constante. Las antiguas oficinas están pobladas por miles de personas sin recursos a los que el desigual reparto de la riqueza sudafricana mantiene en los márgenes de la economía y la sociedad.

El Ayuntamiento de la ciudad, sin embargo, no tiene ni recursos ni respuestas para abordar el titánico problema. Hace una década, media Braamfontein también era así. Hoy, las esquinas de esta pequeña zona junto a las vías del tren albergan ONG, cafeterías, clubs de jazz, galerías de arte y de diseño, empresas emergentes tecnológicas y bares de moda.

Los callejones son sitios para hacerse fotos ante impresionantes grafitis -seña de identidad de Johannesburgo-, y los edificios sirven de hogar a los estudiantes de la Universidad de Witwatersrand, considerada la mejor de África.

Un mural gigante de Nelson Mandela en color púrpura, obra de Shepard Fairey -el autor del famoso cartel de la campaña "Hope" de Barack Obama para las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008-, preside el corazón de Braamfontein.

A Fairey se lo trajo hasta África uno de los hombres que están detrás de la revolución del barrio: Adam Levy, fundador de la empresa de desarrollo urbano Play Braamfontein. Unos quince años atrás, Levy, todo un visionario respecto al potencial de la zona, compró un edificio, hizo una fiesta en el ático y convenció a algunos de sus invitados para invertir en los apartamentos de la propiedad.

Hoy, sigue viviendo allí, pero es vecino de gente como el famoso dj Black Coffee. "Este lugar representa una ciudad que aún está intentando hacer pie, no hay certidumbre sobre lo que va a traer el mañana.

No es un lugar fácil de entender, mucho menos de vivir (...). Es extremo, pero hay una energía tan palpable que básicamente tienes que no tener sentimientos para no experimentarla", explicó Levy.

Ni él mismo puede creerse "cuánto ha cambiado" la zona o que él, en su día estudiante de Derecho, se haya convertido en una especie de "gurú" de un nuevo Johannesburgo contracultural que tiene mucho más para ofrecer que una rápida escala en viaje hacia otro sitio, aunque poca gente fuera lo sepa.