Si algo elude Aznar en sus memorias es la autocrítica. Un ejemplo: Irak. Allí metió a España "por un mundo libre de armas de destrucción masiva". Nadie las encontró, pero Aznar quería invadir sí o sí, y por culpa de Sadam: "Si Sadam Hussein no tiene armas de destrucción masiva, ¿por qué impìde a los inspectores que lo certifiquen y se evita así una intervención militar?", afirma.
La decisión se escenificó en las Azores porque él lo decidió así, cuenta Aznar. Aquel día, dice más de 10 años después, España tocó el cielo: "El lugar de España era con los grandes. La Cumbre de las Azores marcó el punto más alto de la relevancia internacional de España y tuvo importantes consecuencias", señala en su libro.
El expresidente no disimula el generoso concepto que tiene de sí mismo. Orgulloso de la defensa de un islote como Perejil y las fantásticas consecuencias que tuvo, por ejemplo en Ceuta: "Desde Perejil, la construcción se ha disparado y la inversión también. Nada como crear confianza".
Y molesto con quienes no asisten a sus homenajes. Uno de ellos, el príncipe. No fue a su cena de despedida como presidente en 2004 y Aznar le puso falta: "El rey me dice que el príncipe tiene algún compromiso y no puede asistir. Algo muy importante debe de ser para estar ausente".
La gran tragedia de sus dos legislaturas, el 11M, la refleja Aznar por medio de su diario personal de aquellos días. Con su espléndida reacción inmediata: "Como me ocurre siempre en situaciones límite, me invade una gran serenidad: sé lo que hay que hacer".
Pero también con algunas críticas, según él, injustas: "