Todos los días, un equipo de Médicos del Mundo recorre cientos de kilómetros para visitar a sus pacientes en dos poblaciones clave: Donetsk y Lugansk, ambas acorraladas en la misma línea de frente, una barrera que impide que miles de personas accedan a servicios esenciales de salud, educación, bancos y comercios.
Son zonas remotas, rurales, muchas de ellas destruidas por el fuego cruzado y en las que no existen ya servicios básicos como el transporte público. Un esfuerzo demasiado difícil para una población cansada y envejecida. Se estima que, de los 3,4 millones de personas afectadas, el 37% son personas mayores, siendo la emergencia con mayor porcentaje de personas mayores afectadas del mundo.
Así, el 65% de la gente que atienden tiene más de 65 años, sufren enfermedades crónicas, artrosis, dificultad de movimiento... pero sobre todo mucha ansiedad y estrés por la incertidumbre.
"Más del 90% de la gente mayor que viene pregunta por la ayuda psicológica. Sienten que algo pasa, son conscientes de que están en la línea de frente", explica Irina, la coordinadora de Médicos del Mundo en Ucrania.
No es fácil dormir entre explosiones constantes. Sin quererlo, se han convertido en el centro del poder para Rusia. Allí, nadie mira por nadie, y los civiles ven de primera mano las maniobras militares, que cada día son más.
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El miedo y la ansiedad aumentan, incluso entre los pocos sanitarios que existen. Y es que hasta la variante del coronavirus ómicron ha llegado a la línea de frente, un elemento más para el sufrimiento y que dificulta especialmente el tránsito entre las localidades afectadas por el conflicto.