La votación, desarrollada en el Gran Palacio del Pueblo de Pekín, nombró a Xi como jefe de Estado por un margen de 2.952 votos a favor frente a tres abstenciones y un único sufragio en contra.
Xi, que selló el fin de la transición con un apretón de manos a su predecesor, Hu Jintao, entre los aplausos de los diputados, quedó nombrado también al frente de las Fuerzas Armadas, con lo que completa ya el control de los tres brazos de poder en el país: el Partido, el Estado y el Ejército.
Lo ha conseguido en un tiempo récord, pues Hu -protagonista en 2003 de la primera transición ordenada en China desde 1949- tardó dos años en encabezar las Fuerzas Armadas, ante la resistencia de su predecesor, Jiang Zemin, en renunciar a ese puesto.
Aunque los cargos que se votaban estaban ya decididos de antemano, la gran incógnita era conocer quién ocuparía el puesto de vicepresidente, una selección que podría servir para indicar el camino futuro de la "era Xi" en China.
El designado resultó ser el reformista Li Yuanchao, secretario de Organización del Partido y que el pasado noviembre se quedó a las puertas del Comité Permanente, el máximo órgano de dirección colegiada al frente del PCCh y por ende de China.
Li, formado en la Universidad estadounidense de Harvard, fue nombrado por 2.839 votos a favor y ochenta en contra, un resultado que, frente al de Xi, resulta casi hasta ajustado. Dos de los "noes" que recibió Li fueron votos en favor del conservador Liu Yunshan y uno para Wang Yang, una de las figuras reformistas dentro del Partido y a quien las quinielas colocan como nuevo viceprimer ministro para Asuntos Rurales, un puesto que podría catapultarle a las instancias más altas en la próxima renovación del régimen, dentro de cinco años en el XIX Congreso del PCCh.
El nombramiento de Li despierta esperanzas de que el nuevo jefe de Estado, que hasta ahora ha mantenido relativamente ocultas sus cartas a la hora de apuntar qué dirección impondrá a su mandato, pueda optar por un giro más reformista.
Desde que asumió el liderazgo del Partido en el Congreso de noviembre, Xi ha lanzado una campaña contra la corrupción, que ha descrito como una amenaza que puede poner en peligro la propia supervivencia del régimen.
Está por ver aún, no obstante, hasta dónde está dispuesto a llegar y si la lucha contra esta lacra, que los chinos consideran uno de los problemas más graves de su país, tendrá verdaderas consecuencias o quedará como simple retórica, sin afectar más que a unos cuantos funcionarios sin gran importancia en la jerarquía.