Ha contagiado a turistas en Tailandia, en la Fontana de Trevi, en las Pirámides de Egipto o en la Torre Eiffel, el bromista se pasea por las inmediaciones de los monumentos turísticos bostezando y los transeúntes caen, aunque no le vea, bostezan igualmente.

A sus bostezos no se han resistido ni los guardias que le han echado de más de un monumento, aunque obtener un buen bostezo de los demás le ha llevado su tiempo y algunos viandantes se han acabado mosqueando de verle dando vueltas en el mismo sitio abriendo la boca.

Lo que pretende es demostrar que bostezar después de alguien no es más que una forma de idenficación, es decir, de tener empatía.

Y así lo verifican algunas teorías sobre los bostezos, aunque aún no se sabe a ciencia cierta el por qué de su contagio.

Pero, lo curioso es que los niños pequeños no repiten los bostezos. Los propios especialistas así lo explican. Aunque hay excepciones, la mayoría no abren la boca como reflejo porque no tienen empatía.

"Las personas desarrollan las neuronas espejo durante los primeros 5 años de vida y por tanto no bostezan" aseguran lo expertos.

Aunque los niños no sean proclives a contagiarse con los bostezos de los demás, sí que lo son los animales.